sábado, septiembre 16, 2006

El asalto a Bruselas (I)



La proposición de reforma del Estatuto de Autonomía para Andalucía incorpora a su Título IX (Relaciones Institucionales de la Comunidad Autónoma) un Capítulo, el III, dedicado a regular las relaciones de la Comunidad con las instituciones de la Unión Europea. Como establece el precepto con el que se inicia este Capítulo, "Las relaciones de la Comunidad Autónoma de Andalucía con las instituciones de la Unión Europea se regirán por lo dispuesto en el presente Estatuto y en el marco de lo que establezca la legislación del Estado" (art. 226).

El precepto transcrito, no se encuentra –curiosamente- en el texto autonómico catalán, en el que, por otro lado, se “inspira” el legislador andaluz. Prácticamente, es este el único artículo de este Capítulo que no tiene acogida en el texto catalán y tal vez sea ese el motivo que lleva al legislador andaluz a cometer un gravísimo error de concepto. Sencillamente, un estatuto autonómico no puede regular las relaciones con las instituciones de la UE porque éstas nunca pueden sentirse vinculadas por una norma menor. El legislador peca, bien de ignorancia en la jerarquía normativa, o bien de soberbia, intentando imponer un marco de relaciones a instituciones europeas sobre la base de un principio de bilateralidad que, efectivamente, impone con éxito al propio Estado pero que no le dará resultado con la UE (para ello tendría que modificarse el propio Tratado constitutivo).

En consecuencia, no es que el precepto sea sólo inconstitucional; es que es de imposible aplicación. La UE jamás se sentirá vinculada por un marco de relaciones impuesto por quien no es interlocutor válido ante sus instituciones.

Pero el legislador autonómico persevera en su voluntad de imponer su decisión al Estado y, en ese sentido, articula un régimen de "participación en la voluntad del Estado" que excede del marco constitucional. La cuestión es que el Estado, en sus relaciones con la UE, se convierta en mero portavoz de la Comunidad Autónoma, esto es, que defienda intereses particulares y no los generales que tiene encomendados. En este sentido, el art. 227 de la proposición de reforma establece que la Comunidad Autónoma participará en la formación de la posición del Estado en "los asuntos relativos a las competencias o a los intereses de Andalucía". La apelación a los "intereses de Andalucía" es, a mi modo de ver, demasiado amplia y obligará –de no ser modificada- a que la Junta se tenga que pronunciar –o pueda influir- en todas las cuestiones que se ventilen ante las instancias comunitarias, porque no encuentro ahora mismo ninguna que no deje ser del interés de Andalucía. ¿Qué es lo que no le afecta o no le interesa a Andalucía?

La experiencia alemana demuestra que la participación de los Länder en el proceso de formación de la voluntad del Bund suele ser más un lastre en la defensa de los intereses generales que una virtud. Quien conozca el sistema de negociación en las instituciones comunitarias sabe perfectamente que las posiciones iniciales de los Estados miembros, por muy consensuadas que estén, suelen quedar desfiguradas en el largo camino de la negociación. El ministro de turno no puede convertirse durante el proceso negociador en rehén de su propio equipo negociador compuesto por diecisiete "expertos" representantes, a su vez, de opiniones no siempre coincidentes. Por eso, para evitar que la fijación de la posición negociadora y la propia negociación se convirtiera en una incómoda "olla de grillos" el proceso de reforma constitucional alemán ha otorgado al Estado central el poder para la defensa de los intereses generales, desmontando el complejísimo sistema de participación de los Länder que, como se sabe, han coincidido en la necesidad de que sea el Bund quien defienda el interés general.

Claro está que para que en Alemania se haya procedido –con esa reforma constitucional- a la alteración de un complejo sistema de participación para decantarse definitivamente por el Estadio central para la mejor defensa de los intereses, ha sido necesario que transcurran más de cuarenta años desde el conocido Pacto de Lindau, que fue el primero que reguló el rol de los Länder en la formación de la voluntad del Estado. Nosotros tenemos todavía ese camino por delante, a sabiendas de que es el equivocado. Pero, realmente, el verdadero problema está en que a diferencia de Alemania –donde juega y se respeta el principio de lealtad federal, la "Bundestreue" en España el poder de las autonomías se ha utilizado desgraciadamente en muchas ocasiones para minar al poder central (la denominada "política de confrontación" que a los andaluces nos debe sonar y sobre la que se hicieron descansar muchas decisiones autonómicas que no favorecían el interés andaluz pero si una concreta política de partido).

El recelo puesto antes de manifiesto se convierte en un problema seguro al analizar el segundo apartado del art. 227. Ahí, el legislador impone la participación de la Comunidad Autónoma en la formación del Estado "en los asuntos que le afectan exclusivamente". La participación obligada se articula desde la bilateralidad, rompiendo así el principio de cooperación impuesto en la normativa actualmente vigente en esta materia (Acuerdos de 9 de diciembre de 2004 de la Conferencia para Asuntos relacionados con las Comunidades Europeas).

Pero el problema aparece cuando el legislador autonómico, además de imponer su participación al Estado en el marco de la bilateralidad, establece el alcance y efectos de esta participación afirmando que "la posición expresada por la Comunidad Autónoma es determinante de la posición estatal si afecta a sus competencias exclusivas...". Es decir, que la bilateralidad se convierte en unilateralidad cuando la Comunidad Autónoma tiene, además, la facultad de imponer al Estado una determinada posición con carácter "determinante". ¿Y si una determinada cuestión afecta a las competencias exclusivas de las diecisiete comunidades autónomas? ¿Qué posición prevalecerá sobre las otras? ¿Cuál de las Comunidades determinará la posición del Estado?

Por la izquierda


Hace ahora diez meses el joven David Cameron –cuarenta años cumplirá en octubre- deslumbró en la Convención del Partido Conservador británico celebrada en Blackpool. Los tories, después de más de nueve años en la oposición y tras el liderazgo de William Hague, Ian Duncan-Smith y Michael Howard –todos eclipsados por la buena estrella de Blair-, encontraban su líder y, a medio plazo, su candidato a presentar batalla electoral al presumible sucesor de Blair, el ministro Gordon Brown.

Pero, en pocos meses tras la toma de las riendas conservadoras, Cameron ha logrado con frescura y astucia eclipsar la buena estrella de Blair. El paso del tiempo –nueve años en el poder- oscurece a los más brillantes astros y en las filas del laborismo se ha desencadenado una batalla por la inmediata sucesión, en la que la sólida política de oposición de Cameron mucho tiene que ver. La impaciencia de Brown por ocupar el 10 de Downing Street –ya lo hace como precarista- y el apoyo del ala izquierda del partido al inmediato cambio en la persona del Premier, están dejando las filas de la izquierda británica en una situación de desunión que afecta a la ejecución de las cada días más agotadas e impopulares políticas de gobierno. La descomposición interna laborista es una de las claves de la popularidad de Cameron y de sus brillantes expectativas electorales. Pero no es esa la única explicación del ascenso tory.

Cameron, en diez vertiginosos meses de oposición, ha conseguido generar esperanza con una política social, centrada en la flexibilización de las condiciones de trabajo (General Well Being agenda) y la mejora de la educación y del sistema sanitario, con medidas que pasan por la izquierda del propio laborismo. En su política exterior, no tiene reparos en criticar abiertamente la actuación británica –y norteamericana- en Afganistán e Iraq, causa también de la pérdida de popularidad de Blair. Cameron justifica la presencia militar y los estrechos vínculos con los EEUU, pero en su crítica se muestra como un conservador-liberal y no como un alocado neocon. Al mismo tiempo, atrae la simpatía de los sectores más centristas del laborismo cuando condena la defensa que su propio partido hizo del apartheid -tan defendido por Thatcher- en presencia de Mandela. Y en política económica mantiene las esencias liberales criticando el excesivo intervencionismo laborista, el aumento del endeudamiento, la política fiscal y el cada vez más notorio incremento del desempleo.

Cameron se sirve de las recetas de la izquierda para ganar a ese laborismo que cuando se perpetúa en el poder pierde su cacareado "progresismo" para cometer los mismos errores que atribuye injustificadamente a la derecha. Que tomen nota todos los aspirantes a suceder a gobiernos de izquierda.

sábado, septiembre 02, 2006

Moros y cristianos



Corta Juan Luis un jamón -que se acaba como el verano- con un cuchillo romo y me dice que si Guzmán el Bueno lo hubiera lanzado al moro tendríamos hoy a su hijo de interino en la Junta. Driss Basri, el todopoderoso ministro y hombre fuerte de Hassan II hasta la muerte del monarca, no falta a la cita veraniega tarifeña con su amigo Jaime Mayor, compañero de fatigas durante el tiempo en que ambos ocuparon las carteras de interior. Cuenta Jaime que durante una jornada de crisis –creo que algo tenía que ver con una invasión de pateras- llamaba a su homólogo marroquí cada dos horas para informarle de la situación, y le saludaba con un repetido Driss, mon ami. De madrugada, vencido ya por el sueño después de un día agotador, Mayor, -quién sabe qué fantasía onírica le envió Morfeo- cambió la fórmula de saludo por un Driss, mon amour ante la estupefacción de quien, también dormido, se encontraba al otro lado de la línea.

Siempre elegante en el vestir y con sombrero panamá de ala ancha, Basri saluda con una leve inclinación, llevándose la mano izquierda a su corazón. En mayo fue llamado por un juez francés para declarar como testigo sobre la desaparición de Ben Barka durante su exilio, en un proceso reabierto que ya resolvió la responsabilidad del General Ufkir –otro desaparecido-, aquél que ordenó a la fuerza aérea derribar el avión real. Basri ha sido hasta hace muy poco tiempo un sans papiers de lujo en su exilio parisino, aunque algunos afirman que más bien se trataba de un autoexilio. El cambio de monarca requería, al parecer, un cambio de imagen, y en política este tipo de mudanzas se suele saldar con nuevas caras. El mérito está en que los nuevos actores modifiquen también las políticas, pero eso ya es otra cosa.

En las siempre complejas relaciones hispano-marroquíes algo cambió con el nuevo Gobierno y ya no llegan las pateras a la costa gaditana con la frecuencia con que llegaban antes. Pero la repentina suspensión de la visita de Rodríguez Zapatero, -además de poner de manifiesto una política exterior singular-, parece que responde a un punto de inflexión en unas relaciones que históricamente han estado presididas por sensaciones de amor–odio. En esto, El Raisuni –Sultán de la Yebala- le dio al General Silvestre la mejor descripción: "Tú eres el viento furibundo, y yo la mar tranquila. Tú llegas y soplas irritado; yo me agito, me revuelvo, estallo en espuma; y ahí tienes la borrasca. Pero entre nosotros hay una diferencia: yo, como la mar, nunca me salgo de mi sitio; tú, como el viento, jamás estás en uno solo".

Desde las playas tarifeñas se divisa hoy con nitidez la costa tangerina. Al caer la tarde aparecen las luces de Tánger y el destello del faro de Cabo Espartel. Basri mira con melancolía su tierra.