jueves, agosto 24, 2006

El Estado residual

La incorporación de España a la CEE supuso una cesión por el Estado de parcelas de soberanía a una organización supranacional. El proceso de integración europea, jalonado por diversas reformas del Tratado de Roma, ha tenido como denominador común la transferencia de competencias a la UE para la mejor consecución de los fines comunitarios. El frustrado proyecto de Constitución europea venía también a reforzar el protagonismo de Bruselas frente a los Estados miembros, y siempre es bueno recordar que el Gobierno español apoyó de manera entusiasta un proyecto de Constitución europea que fortalecía la cesión de soberanía a la UE. Volvemos a Europa, se dijo entonces.

Este fomento de la primacía del proyecto europeo se ha visto acompañada de una política interna de efectos contrarios, antagónicos a los ya descritos. Me refiero al vaciamiento competencial del Estado en beneficio de las Comunidades Autónomas en el marco de una desordenada reforma estatutaria. El Gobierno, actuando esta vez como Mr. Hyde, ha volcado las competencias que constitucionalmente le corresponden al Estado sobre las Comunidades Autónomas, fomentando así un nacionalismo interior contrario en sus propios términos al proceso integrador europeo.

Y en este proceso, algunas Comunidades Autónomas, conscientes de que el poder también está en las instituciones comunitarias y que el Estado es, ante éstas, el único interlocutor válido, no han dudado en incorporar normas en sus textos estatutarios – o "constitucionales", según Maragall- con el ánimo de influir directamente –pro domo sua- en el proceso de formación de la voluntad del Estado. Aquí se ha pasado del principio de cooperación, establecido en el Acuerdo de 9 de diciembre de 2004, a imponer directamente al Estado la norma de comportamiento cuando la materia a discutir ante la UE afecte a las competencias exclusivas de la Comunidad Autónoma. La decisión de la Comunidad Autónoma será en esos casos "determinante" para fijar la posición negociadora del Estado (¿y qué Comunidad hará prevalecer como "determinante" su decisión en caso de discordancia entre unas y otras?).

Pero, además de querer determinar (ilegalmente) la voluntad del Estado, algún texto estatutario –me refiero al andaluz- quiere imponer directamente a las instituciones comunitarias el régimen de relaciones con la Comunidad Autónoma: las relaciones de la Comunidad Autónoma con las instituciones de la Unión Europea "se regirán por lo dispuesto en el presente Estatuto...". Con inusual osadía –el texto es inconstitucional y contrario también al Tratado de Roma- se quiere exportar el principio de bilateralidad no sólo en las relaciones con el Estado, sino también a los organismos de la Unión Europea. De la globalización a la política de campanario.

viernes, agosto 18, 2006

La realidad nacional

Afirma en su Preámbulo la proposición de reforma del Estatuto de Andalucía que "la Constitución Española, en su artículo 2, reconoce la realidad nacional de Andalucía como una nacionalidad". La afirmación, en sus propios términos, no se ajusta a la realidad. El artículo 2 de la CE no reconoce "realidad nacional" alguna, ni tampoco establece para Andalucía la condición de "nacionalidad".

En cambio, sí afirma el art. 2 de la CE la indisoluble unidad de la Nación española, otorgando, de esta forma, la condición de "Nación" a España, con carácter singular y, si me lo permiten, con vocación de exclusividad. Oportunidad tendrá el Tribunal Constitucional para pronunciarse al respecto, porque proliferan en algunos estatutos autonómicos de nuevo cuño las referencias -equívocas- a la cualidad de "nación" o de "realidad nacional" de quienes en modo alguno ostentan esa condición.

La prostitución que por vía estatutaria están padeciendo los términos "nación" o "realidad nacional" se demuestra en el propio articulado de la propuesta de reforma. La "realidad nacional" andaluza no otorga derecho a nacionalidad, no confiere el estatus de nacionalidad. Ahí se demuestra el mal uso de los términos "nación" o "realidad nacional". La condición de andaluz se confiere, no a los "nacionales", sino a quienes tengan "vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Andalucía". No estamos, pues, ante una «nación» o «realidad nacional» con sus "nacionales". Se trata, más bien, de una "nación" de vecinos, conclusión que, reduciéndola al absurdo, bien podría convertir cualquier comunidad de propietarios en una "realidad nacional". Y no puede existir, nación sin nacionales ni sin soberanía "nacional".

Pero, además, sorprende que la condición de andaluz se otorgue “sólo” a quienes ostentan la condición de vecinos de algún municipio del territorio andaluz. Cierto es que también se extiende la condición de andaluz –y los derechos que se definen en el Estatuto- a los "andaluces en el exterior" (artículo 6), es decir, los oriundos de Andalucía que no residan en nuestra Comunidad y las comunidades andaluzas asentadas fuera de Andalucía. ¿A qué comunidades se refiere el legislador estatutario? ¿Cómo se debe entender el derecho que asiste a "oriundos" y a esas "comunidades" a "participar en la vida del pueblo andaluz y a compartirla" (artículo 6)? ¿En qué consiste el "reconocimiento de la identidad andaluza" que proclama la referida norma?

Son preguntas sin respuesta en el proyecto estatutario, como tampoco honra a la lógica que la condición de andaluz se proyecte sobre los ciudadanos españoles –querría decir "nacionales"- que, residiendo en el extranjero, hayan tenido la última vecindad administrativa en Andalucía y también sobre los hijos de éstos (sus descendientes inscritos como españoles).

Es decir, que será andaluz el padre con vecindad administrativa en Ronda, pero no lo será su hijo residente en Madrid. En cambio, será andaluz quien, residiendo en Munich, tuvo su última residencia administrativa en Andalucía, y también lo serán sus hijos nacidos en Italia y residentes en Hamburgo o en Praga (siempre que tengan la nacionalidad española).

Y si la condición de andaluz se adquiere por vecindad administrativa, ¿por qué no la ostentan los nacionales comunitarios que por tener dicha vecindad pueden votar en las elecciones municipales (y europeas)? ¿No hubiera sido más lógico otorgar la condición de andaluz a todos los nacionales comunitarios con vecindad administrativa en cualquiera de los municipios andaluces para mayor delirio de los teóricos del Derecho Internacional Privado?

La "vecindad administrativa" obliga a hacer alguna referencia al territorio andaluz. Las leyes y normas (sic) emanadas de las instituciones de autogobierno de Andalucía «tendrán eficacia en su territorio» (art. 7) ¿Y cuál es el territorio andaluz? ¿Cómo delimita el legislador estatutario el ámbito territorial de la Comunidad?

La respuesta –incompleta- se contiene en el artículo 2 con la referencia a los municipios de las provincias de Almería, Cádiz, Córdoba, Granada, Huelva, Jaén, Málaga y Sevilla. Pero, el legislador estatutario, tan celoso de la condición de «realidad nacional» que ostenta Andalucía, ¿no extiende ese celo a la totalidad del territorio andaluz? Comprenderá el perspicaz lector que me estoy refiriendo a Gibraltar que, entiendo, forma parte integrante de lo que conforma el territorio andaluz. ¿No dice nada el legislador acerca de la condición de Gibraltar como parte integrante del territorio andaluz, al menos, vocacionalmente? Pues no, nada se dice al respecto en el proyecto estatutario, y no será por "remilgos" a la hora de influir en la política exterior española, porque en el Título IX se establece un marco de relación con la Unión Europea, en el que la posición expresada por la Comunidad Autónoma es "determinante" para la posición estatal si afecta a las competencias que Andalucía se atribuye con carácter de exclusividad.

Hay que llegar a las Disposiciones Adicionales para ver cómo el timorato legislador lanza una proclama sobre los que denomina"territorios históricos no integrados en otra Comunidad Autónoma". ¿Y a quién se refiere ahora la lumbrera? ¿A Orán? ¿Al Reino de Nápoles? ¿Qué territorio no es «histórico»? ¿Los hay «modernos»? Mucha «realidad nacional», pero poca voluntad de integrar la totalidad del territorio andaluz. Por cierto, ¿no habría sido convenientemente otorgar un estatus particular a los"llanitos" o son estos los"oriundos" de Andalucía a los que se refiere el art. 6?

Y Günter cogió su fusil


Anda enmudecida la progresía intelectualoide europea tras la revelación de Günter Grass –su máximo pontífice, faro de la moralidad, referente y guía de la izquierda, Delfos de la socialdemocracia y Golfus de Danzig- acerca de su pasado nacional-socialista. Creo que los ingleses llaman a estas situaciones skeletons in the cupboard (esqueletos en el armario) para hacer referencia a los fantasmas del pasado. Pero ya ven cómo también aquí aflora esta doble vara de medir: a Ratzinger le piden cuentas por su –obligado- paso por las juventudes hitlerianas y con Grass –de la misma quinta, pero voluntario nada menos que de las Waffen SS- se extiende el manto de silencio, similar al que se utiliza aquí para cobijar a los del Nunca Mais. Grass en las SS; tampoco es tan extraño, teniendo en cuenta que buena parte de la intelectualidad continua adorando a los tiranosaurios rex caribeños.

A la izquierda alemana le ha salido ahora otro Günter, aunque esta vez no sea Guillaume. Después del aquelarre que le montaron al Papa Ratzi a cuenta de su pasado –menuda puntería la que pueden tener unos seminaristas en una batería antiaérea, disparando al cielo- ahora cuesta trabajo imaginar a Grass marcando el paso de la oca, con uniforme negro y calavera en la gorra, honrando al difunto Heydrich, aunque el interesado nos diga ahora que su pertenencia al cuerpo de élite era poco más o menos lo mismo que antiguo alumno del internado de Campillos. Con lo que le organizó don Günter a Kurt Waldheim cuando se descubrió su pasado de traductor en la Wehrmacht y lo aficionado que ha sido toda su vida a condenar por su pasado a otros, ahora, después de seis décadas y a poco de publicar sus memorias, nos confiesa que recorrió Europa con el uniforme de la muerte.

Los pecados de juventud son siempre disculpables; lo que no tiene perdón es haber ocultado su pertenencia a las SS y haberse pasado además sesenta años engañando, confrontando a los demás con su pasado para después condenarlos, como a a Karajan, Max Schmelling, Rühmann y Leni Riefenstahl. ¿Qué hubiera dicho su íntimo amigo Willy Brandt si se hubiera enterado de que Grass –que tanto se opuso a la reunificación de Alemania- desfiló con el enemigo? Tiene suerte Grass de que F.J. Strauss no esté tampoco vivo, después de lo que padeció el bávaro las moralinas del impostor.

Yo todavía no acabo de creerme la confesión de Grass, ese histrión, y quiero pensar que todo es un montaje de este experto en medios para promocionar su último libro “Pelando la cebolla”. Siete capas tiene la cebolla y si alguna sale negra, tírela. Confieso que es la primera vez que pelando una cebolla no he llorado y me apunto llamar al amigo Paco Robles para proponerle la traducción al alemán de su Mester de Progresía.

jueves, agosto 10, 2006

El zapato de Nikita

Fue en el Palacio de la Moncloa, a pocos días de la victoria del 14-M y de la retirada de las tropas españolas de Iraq. La memoria –maldita buena memoria- me lleva a la rueda de prensa conjunta que el Presidente del Gobierno ofreció con el Presidente sirio Bashar al-Assad, hijo de Hafez, heredero del republicano trono sirio y también presidente por accidente (de su hermano mayor). Bashar, alabó entonces la decisión española de retirar las tropas y aseguró que con esa medida se evitaban más atentados como los del 11-M. Lo dijo así, con la frialdad de quien se siente seguro de lo que afirma, ante complacientes miradas y silencios que quise atribuir a la bisoñez de quienes habían accedido inesperadamente al Gobierno.

El segundo acto de este despropósito se inicia con el asesinato del Presidente libanés Hariri. Tan evidente fue para la comunidad internacional la participación de Siria en esta muerte violenta que en Naciones Unidas se adoptó la enésima resolución ordenando la salida de las tropas de ocupación sirias del Líbano. Pero Siria –e Irán-, ante la presión occidental, abandonan sólo de iure el territorio libanés; su peón, Hizbulá, organización terrorista para la UE y para casi todos los Presidentes de sus Estados miembros, permaneció como su representante del terror para continuar hostigando al Estado de Israel, labor que completa con otro peón negro, Hamas. Cuenta Madeleine Albright en sus Memorias los esfuerzos para llevar a un miedoso Arafat al acuerdo con Netanyahu en Wye y posteriormente con el laborista Barak en Camp David. El fracaso, según Albright, sólo de debió al pánico de Arafat a decir sí, al miedo palestino a lo desconocido –la paz- y a la conveniencia de mantener un conflicto para morir como héroe y no como villano.

Ahora se olvida de que el origen de la actual intervención israelí está en la matanza de ocho soldados judíos y el secuestro de dos por Hizbulá. Estamos ante una nueva provocación de una organización terrorista, voz de su amo, longa manu del eje del mal, avanzadilla del terror de quien amenaza en un futuro muy próximo con convertirse en potencia nuclear ante la vergonzosa contemplación de algunos. En este tesitura, estos "peligrosos pacifistas" no han tenido mejor ocurrencia que apoyar al terrorista, sacr

De sandalias y botas


La visita del Papa a su tierra bávara en la primera quincena de septiembre ha vuelto a reabrir la polémica acerca de su supuesto pasado nacional-socialista. Algunos insisten en atribuir al sucesor de Pedro íntima relación con el régimen nazi durante su juventud, condición que entroncaría -a satisfacción y siempre según sus detractores- con su posterior dignidad de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Nada de eso es verdad.

Joseph Ratzinger, hijo de un humilde gendarme, ingresó en el Seminario de Sankt Michael (Traunstein, Alta Baviera) en 1939, a la edad de doce años. Hasta 1938 la adscripción a las juventudes hitlerianas (HJ) era libre, pero se primaba con una reducción sustancial de los gastos de matrícula de las instituciones académicas. Pese al trato de favor, ninguno de los seminaristas de Sankt Michael perteneció a la HJ –tampoco Joseph ni su hermano Walter-, circunstancia que motivó el inmediato recelo de las autoridades nazis para con el Seminario -"instrumento de destrucción del pueblo ideado por la internacional romana", según los jerarcas (los de entonces, por supuesto). Las relaciones entre el Seminario y la autoridad pública nacional-socialista de la localidad nunca fueron buenas, al fin y al cabo fiel reflejo de la falta de respeto del Gobierno nacional-socialista al Concordato bávaro de 1924 y al que suscribió el Reich con el Vaticano en 1933.

Cuenta Albert Schäffer que el escaso éxito de la política del Reich sobre la voluntaria afiliación llevó al Gobierno a convertirla en obligatoria. Ésta se impuso por decreto de marzo de 1938 a todos los mayores de catorce años; por ello afectó a Walter Ratzinger, pero no a Joseph, que entonces sólo tenía doce. Sin embargo esa misma normativa estableció una diferencia entre los miembros de las HJ, distinguiendo entre los "convencidos" y los "obligados". Estos últimos, Walter Ratzinger entre ellos, no veían beneficiado su obligatorio ingreso en las juventudes hitlerianas con la reducción del importe de matrículas académicas. Cuando Joseph Ratzinger cumplió los catorce años, el Seminario, en cumplimiento de la disposición legal, dio de alta al seminarista en las HJ, sin que Ratzinger tuviera participación en la organización por la sencilla razón de que el seminario se cerró en 1941 para convertirlo en hospital militar.

Que Ratzinger padeciera con dieciséis años las levas de final de guerra y se viera obligado a participar con otros seminaristas en la defensa antiaérea es circunstancia no elegida por él. Entonces no existía servicio social sustitutorio y la objeción de conciencia se castigaba como ya pueden imaginarse. Esta es la verdad, distinta de esa falsa "memoria histórica" que algunos quieren exportar urbi et orbi.

Obersalzberg


La estación de Berchtesgaden tiene seis andenes de los que hoy sólo uno está en uso. La razón de este abandono está en la propia historia de esta ciudad alpina que en los años treinta del pasado siglo fue con Berlin la capital del III Reich. Hitler ordenó la construcción de una majestuosa estación que deslumbrara a los mandatarios extranjeros –Chamberlain pasó por allí antes de firmar en Munich- con espantosos murales de los que han desaparecido los símbolos del régimen. Vigilando la estación desde una colina cercana, el Hotel Berchtesgadener Hof, refugio de la corte nacional-socialista, hoy abandonado, comparte ruina con la mastodóntica estación de tren.

Berchtesgaden vive de una historia maldita. Hitler huyó a la cercana Obersalzberg (la "montaña de sal") tras el frustrado putch de Munich, y se estableció allí después de cumplir condena en Landshut. Cuando los nazis tomaron el poder, la residencia de Hitler (el Berghof) se vió inmediatamente rodeada de cuarteles, villas de jerarcas y hasta de una cancillería. Del complejo residencial no queda hoy absolutamente nada, con la única excepción de la casa de Speer y su estudio. Los aliados bombardearon la zona en Mayo de 1945 con puntería, y las ruinas de los edificios fueron dinamitadas por orden del Gobierno alemán para evitar que éstas se convirtieran en lugar de peregrinación de nostálgicos.

Pero quienes peregrinan hoy con interés a las ruinas no son los nietos de los nostálgicos vencidos, sino los descendientes de los vencedores. Los "aliados" han convertido el Obersalzberg en una atracción turística con tour guiado incluido, por supuesto sólo en inglés. Para los alemanes –es visita escolar obligada- queda el Centro de Documentación en el que se describe a la perfección el origen del nazismo y sus fatales consecuencias. Un completo recorrido por los horrores del régimen genocida.

En Alemania la "memoria histórica" se ha cultivado siempre como un sentimiento de culpa generalizada, una responsabilidad que se hereda de padres a hijos y en la que los sentimientos de derrota y vergüenza afectan a todos, porque la llegada al poder de los nazis fue producto de un fracaso colectivo. Mal camino cuando se parte sólo de la verdad de unos, porque sólo provocará que los otros prolonguen su ánimo revanchista. Algún ocioso eurodiputado se ha encargado de demostrarlo recientemente promoviendo una resolución en el Parlamento europeo que entierra el espíritu reconciliador de la Transición falseando la realidad de una República que en su desgobierno fue capaz de secuestrar y asesinar a uno de los jefes de la oposición. La manipulación de la Historia lleva a estos desvaríos y es que las heridas abiertas parecen ser políticamente rentables para algunos.