viernes, diciembre 28, 2007

Sexo y poder

En su libro Sexus Politicus, Christophe Dubois y Christophe Deloire retratan con precisión la vida amorosa y sexual de la clase política francesa. Ni que decir tiene que la obra, aparecida el pasado año en Francia, se convirtió de inmediato en un best seller, pues conocida es la afición en el país vecino por los líos de faldas o de pantalones. Al reconocer a su hija Nazarine pocos meses antes de su muerte, Miterrand confesó haber llevado durante años una doble vida aunque, realmente, las vidas paralelas de Miterrand fueron más de dos, después de engañar también durante años a los franceses haciéndoles creer que era socialista. Revel lo desenmascara en sus Memorias y lo trata de impostor, no sin cierta crueldad. Antes que Miterrand, Edgar Faure se jactaba de que como ministro se le habían resistido algunas mujeres, pero como Presidente del Consejo, ninguna. A Valery Giscard d’Estaing, el amigo de Bokassa, le llamaban Valery la nuit por sus juergas nocturnas, y a Chirac, el señor cinco minutos, con ducha incluida, por su inusual rapidez en las artes amatorias. Su mujer, Bernadette, solía preguntar a la policía del Elíseo si sabían por dónde andaba su marido, y a éste, cuando volvía de sus correrías, le recordaba que cuando Napoleón abandonó a Josefina se inició su declive.
Y en estas llega Sarcozy y termina su año de vértigo con la modelo y cantante Carla Bruni contemplando las pirámides y los rojos atardeceres de Luxor. Los franceses andan encantados con la conquista del hiperactivo presidente, y sin duda la presencia de la espectacular Bruni realza todavía más el charme presidencial de Sarco. ¿Se imaginan que el inquilino de la Moncloa –cualquiera de los últimos presidentes, por no señalar- tuviera un affaire con una modelo francesa –Laetitia Casta, es un poner- y se la llevara a vivir a palacio? >, dijo convencida la mujer de un presidente cuando salieron a la luz rumores de su infidelidad con una bellísima modelo que después se demostraron falsos.
Hay que reconocerles a los franceses que por su savoir faire en estas artes nos llevan décadas de adelanto. Y no solo a nosotros. Las relaciones de los políticos americanos con el sexo son mucho más toscas. Como su padre, Kennedy era un atleta sexual a pesar de su grave y crónica lesión de espalda, maestro del fast sex. Su cuñado, Peter Lawford, le surtía de carne fresa de Hollywood para dar el mejor ambiente a las fiestas de piscina, a las que los Kennedy eran tan aficionados. Cuando fue a Berlín lo recibió el alcalde, Willi Brandt; un humorista dijo entonces que con esa pareja suelta las berlinesas no habían pasado tanto peligro desde la invasión rusa de abril de 1945. A su lado, Clinton es un aprendiz, por mucho que sepa de calentamientos globales, becarias y puros.

Muerte de un Estado


Gallia est omnis divisa in partes tres, quarum unam incolunt Belgae… A la jesuítica paciencia del Padre Parrado debo los conocimientos de latín adquiridos durante el bachillerato y a Julio César deben los belgas el nombre de su Estado como nosotros tal vez debamos a los fenicios el nombre de España, <>, muy apropiada ahora la cita etimológica cuando el Gobierno ha convertido al animalito en su principal arma para combatir la inflación. Julio César advierte en De Bello Gallico que los belgas son los más feroces en el combate y que difieren de los galos y aquitanos en lengua, costumbres y leyes.
El Estado belga fue una creación de la Revolución Industrial, que obtuvo su independencia de Holanda en 1830 y tomó prestado su nombre de las crónicas guerreras de César. Marx apunta directamente al enemigo cuando afirma que Bélgica es un Estado producto del capitalismo. Pero no solo del capitalismo. También es tributario en su origen de la religión y de la incomodidad padecida por un sector de población francófona en Holanda, la minoría valona, otrora convencida de que el idioma flamenco no era más que un mal pasajero y que en un futuro no lejano todo el país hablaría la lengua culta: el francés. No fue así. En un interesante artículo aparecido en la Frankfurter Allgemeine Zeitung, Dirk Schürmer ofrece las claves que han llevado al Estado belga a una situación terminal y que a un español no le pueden resultar ajenas. De un lado, la diversidad lingüística fomentada con extraordinario rigor como arma arrojadiza y vehículo de enfrentamiento tanto en la parte francófona como en la flamenca desde el colegio hasta la universidad (ahí están los graves disturbios de 1968, cuando se pretendió imponer el francés en la Universidad de Lovaina), llegando hoy las disputas hasta a los concursos de mises.
A las diferencias idomáticas se unen las económicas. La rica Flandes se contrapone a la ´pobre` y dependiente Valonia; los flamencos protestan porque consideran que su aportación al Estado tiene como destino intereses valones; la mayoría flamenca se queja de que financia a la minoría francófona y ello trae como consecuencia la ruptura del principio de solidaridad económica. Reitero que nada nuevo para los oídos de un español y más común todavía nos resultará la situación belga si advertimos que su Estado ha venido padeciendo un gradual vaciamiento competencial en favor de las dos regiones, que ha convertido el Estado belga en un ente hueco, ahora ya inservible, devorado por el siempre feroz nacionalismo
No es Kosovo el problema, porque nosotros no padecemos las diferencias étnicas y de religión que aquejan a los Balcanes. El partido se juega en Bélgica y su desmembramiento daría alas a los nacionalismos excluyentes. Ojalá resista, Deo volente.

Rayo del líder



Decía Groucho que no era el matrimonio quien hacía extraños compañeros de cama sino la política. En política internacional la frase cobra su mayor valor y si no lean ahora los titulares con motivo de la llegada a España del encamado Muamar el Gadaffi y compárenlos con los de aquella –extraña- visita de Aznar al coronel en septiembre de 2003, pocos días después de que la ONU levantara las sanciones económicas impuestas al régimen de la Jamahiriya, tras aceptar éste el pago de indemnizaciones por actos terroristas. En aquellas fechas, Aznar se encontraba en la cuarentena impuesta por la pinza de Chirac y Schröder a cuenta de su apoyo a la intervención en Iraq y necesitaba una fórmula para enojar aún más al francés. De consuno con Bush, Aznar se presentó en Trípoli como su procónsul para dar un incomprensible espaldarazo a las expectativas de cambio de un régimen que, si se caracteriza por algo, es porque en él nunca cambia nada (ahí lo tienen, a punto de cumplir 40 años en el poder).
Quien sí entendió a la perfección a Gadaffi fue Ronald Reagan. En sus diarios (The Reagan Diaries, 2007), Gadaffi se presenta como su particular objetivo. Reagan debutó en la presidencia organizándole unas maniobras navales en aguas jurisdiccionales que Gadaffi consideraba suyas. Cuando Reagan lo comunicó a Annuar el Sadat, éste celebró la demostración de poder con un público apoyo al americano; a los pocos días caía abatido en un atentado durante un desfile. En 1986, Reagan ordenó el ataque aéreo en territorio libio, una cacería ad hominem que hizo entrar en ´razón` al coronel. No es casualidad que la única voz discordante con el raid fuera la de Chirac (con Pompidou se llevaba ya de maravilla por esa particular relación clientelar tradicionalmente cultivada por el vecino y que ahora riega Sarkozy).
Volvamos a Aznar. Su visita a Trípoli, tan extraña como inoportuna –recuerden el regalo del caballo, ´el rayo del líder`, para algunos un purasangre y para otros un penco-, fue duramente criticada por Zapatero, entonces en la oposición, que aprovechó para afirmar la inexistencia de una política exterior, rotas, como estaban, las relaciones con Marruecos y el eje franco-alemán (en sus recién publicadas memorias, Schröder ningunea a Aznar, pero de Zapatero no dice una palabra).¿Qué ha cambiado con el paso del tiempo? Mucho, pero Gadaffi y su régimen no han cambiado nada. El discurso extravagante sigue siendo el mismo, ya en la Cumbre de El Cairo del 2000 o en la de Lisboa de 2007.
Ahora plantará su jaima en Andalucía, rodeado de sus bellas guardaespaldas, un avance informativo terrenal y carnal de las huríes del paraíso, y se recreará en la contemplación de lo que considera suyo. A ver si lo entrevista Quintero y, al menos, nos divertimos jugando al who´s who.

Muera la inteligencia

El Informe PISA es un estudio que se realiza entre escolares de distintos países miembros de la OCDE con el objeto de establecer su nivel de conocimientos. A este examen de quinceañeros se suman también voluntariamente regiones o comunidades autónomas deseosas de conocer cuáles son los resultados de su política educativa. Andalucía, otra vez, ha obtenido una muy mala calificación en el Informe 2006, situándose sus alumnos en los últimos puestos de los países OCDE en conocimientos de matemáticas, ciencias y en lectura. Nos estamos acostumbrando peligrosamente a buscar a Andalucía en la cola de cualquier lista, ya sea las que prepara la UE para medir el PIB comunitario o, en este caso, el nivel de conocimientos en determinadas materias.
Decía un chiste de la Codorniz que "cuando el monte se quema, algo suyo se quema, señor marqués" y creo que la evocación del chascarrillo es también ahora oportuna, aunque sea llevada a cuestión tan seria como la educación, pues no es menos cierto que cuando los alumnos suspenden, también suspenden las autoridades educativas autonómicas en la aplicación de una ´política` que no ha tenido otro color que el que ustedes conocen. El suspenso es, pues, general; a los alumnos y también a quienes han tenido en sus manos durante décadas el diseño de una política educativa que, en Andalucía, pese a tantas y tantas competencias estatutarias, brilla por su ausencia. Ciertamente, esas fantasmagóricas becas para evitar el absentismo y el fracaso escolar o esta repentina fiebre preelectoral por dotar a las escuelas de más ordenadores no pueden constituir per se política educativa; son sólo torpes medios, huérfanos de un fin concreto porque, reitero, el verdadero problema es la inexistencia de una política en materia de educación (y si hay alguien que mantenga su existencia deberá admitir que, a la vista de los resultados, no ha sido la correcta).
El problema es el más grave, porque la política educativa es, sin duda, la de mayor importancia para el futuro de un país. La comodidad y ceguera de las autoridades han creado una situación de esclerosis en nuestro sistema educativo –desde el colegio a la universidad- que se antoja ahora como ese tremendo alud que amenaza con devorar a las localidades del valle. Ante los pésimos resultados, el presidente del Gobierno ha afirmado que el problema está en "que hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo fruto del país que teníamos". Soy de la misma generación que Zapatero (no crean que no me produce rubor la coincidencia) y no puedo estar en mayor desacuerdo cuando se recurre por sistema a echar la culpa a los demás de los males que uno mismo se ha causado. Al final, la culpa del informe PISA y sus resultados va a ser de Millán Astray.

Mal de España


Cuando conoció la muerte de Unamuno, Ortega escribió que, aun sin saber los datos médicos de su acabamiento, no le cabía duda de que el vasco había muerto del mal de España. Evitó Ortega en su artículo En la muerte de Unamuno analizar los síntomas de esa patología para no romper la promesa de silencio que se había impuesto a sí mismo tras desencadenarse la Guerra Civil. Pero advirtió que ese mal de España no era una frase hecha, sino un enunciado de realidades pavorosamente concretas.

Las enfermedades evolucionan con el tiempo, que casi todo lo cura, como también es necesario su transcurso para que la medicina avance proporcionando soluciones, a menudo imperfectas. Algunos padecimientos son conquistados por la medicina, bien de forma parcial, paliando sus efectos, o de manera total, erradicándolos definitivamente del elenco de patologías conocidas. Pero hay otros males, tristemente enquistados, para los que, al parecer, no se conoce remedio; su muy plural sintomatología se repite de manera tozuda en un paciente que, a decir verdad, tampoco se cuida, pese a conocer los peligros que acarrea su vida disoluta. Una de esas enfermedades incurables, cuya forma de exteriorizarse permanece inalterada pese al transcurso del tiempo, debe ser el mal de España al que se refirió el maestro sin querer entrar en la descripción de la patología.

Desconocemos, pues, sus concretos síntomas, pero no sus perniciosos efectos. Me pregunto si entre esa sintomatología propia del mal de España no estará el peligroso bloqueo de sus instituciones. Concretamente, la situación en la que se encuentra el Poder Judicial, inmerso en una crisis gravísima, aquejado de una enfermedad a la que el enfermo parece haberse acostumbrado, porque con ella convive con la osadía que le procura su ignorancia. El triste espectáculo de un Tribunal Constitucional recusado, herido gravísimamente en su prestigio, mientras los médicos, peleados entre sí, son incapaces de rehabilitar al enfermo y de ofrecer otra sanación que la del mero transcurso del tiempo y el advenimiento de las elecciones generales, es uno de los síntomas. La no menos edificante situación en la que se encuentra el Consejo General del Poder Judicial, convertido por los mismos galenos en un campo de batalla que ya no tiene más ´solución` que, otra vez, el desenlace que ofrezcan las urnas, es una prolongación de ese mal que en su desarrollo lleva camino de enquistarse.

En esta situación patológica de bloqueo y paralización de las instituciones no es ninguna sorpresa que desaparezcan pruebas claves en los juzgados. Quizá se explique mejor ahora el empeño en mantener un proceso injusto de raíz. Hay quienes quieren convertir a la Justicia en colaboradora necesaria de sus tropelías. Otra realidad pavorosamente concreta.

Libertad de expresión



El Estatuto de Autonomía andaluz recoge en su artículo 9 el derecho de todos los andaluces a gozar, como mínimo (sic), de todos los derechos que se establecen, ente otros instrumentos internacionales, en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales. Esto de ´regalar` a la ciudadanía derechos que ya están reconocidos en la Constitución puede ser criticado, con razón, de acto superfluo o inútil, pero bien está si esa dadivosidad no quedara en una simple declaración de principios, sobre todo para aquellos empeñados en cerrar emisoras o perseguir periodistas.
El Convenio asumido por la norma andaluza afirma en su artículo 10 el reconocimiento de la libertad de expresión, derecho que comprende, a su vez, a la libertad de opinión y a la libertad de recibir o de comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras. La libertad de expresión se formula en el Convenio en términos muy amplios y con mayor amplitud aún se ha pronunciado en defensa de esa libertad el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo. A quien le pille lejos Estrasburgo convendría indicarle que su jurisprudencia tiene una indudable influencia en las decisiones de los tribunales nacionales (cuyas resoluciones son analizadas por el Tribunal Europeo para decidir si ha existido o no violación de los derechos y libertades fundamentales reconocidos en el Convenio).
Esta jurisprudencia es la que suele pronunciarse en muchas ocasiones sobre violaciones de la libertad de expresión normalmente cometidas en países de democracia recién estrenada o simplemente precaria. En estos países, los líderes políticos, acostumbrados a detentar el poder de manera férrea, sectaria y por largo período de tiempo, suelen tener gravísimas dificultades a la hora de aceptar que una sociedad democrática debe estar inspirada por los criterios de la tolerancia, el pluralismo y el espíritu de apertura. No es por ello ninguna sorpresa que la jurisprudencia del Tribunal de Estrasburgo anteponga al honor del político la crítica, a veces severa, incómoda e, incluso, injusta, de los medios de comunicación, poniendo así de manifiesto que son éstos uno de los principales garantes de los valores propios de una sociedad democrática.
Por ello, el Tribunal viene a reconocer una y otra vez que el derecho a la información prevalece sobre los demás derechos individuales, incluso sobre el derecho al honor, cuyo listón está para los políticos en un punto más bajo que para el resto de los ciudadanos, al haber escogido libremente una profesión expuesta a la crítica y al control de los ciudadanos. Cuando se sienta en el banquillo a un medio es la sociedad democrática la que pierde.

El ruiseñor de las cumbres




Eva Duarte de Perón gustaba de poner a prueba la paciencia del embajador español, José Mª de Areilza. En una ocasión, después de dejarle esperar más de una hora en la antesala de su despacho, Evita gritó a su secretario con intención de que Areilza la oyera:
-Que pase ese gallego de mierda.
El secretario, lívido, compareció ante el flemático embajador invitándole con un gesto a acceder al despacho de la mujer del presidente. Areilza, sin perder la compostura, le espetó:
-Dígale a Su Excelencia que el gallego se va. La mierda se queda.

A la vista de algunos de los asistentes a la borrascosa Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile tal vez coincidan conmigo en que Eva Perón era una señora de los piés a la cabeza, sobre todo comparada con esos sátrapas fanfarrones que harían palidecer al mismísimo Benito Mussolini. Me recordó el tan repetido encontronazo la anécdota del embajador Juan Pablo de Lojendio e Irure, cuando harto de los improperios que contra España lanzaba un barbudo -de nombre Fidel- en la radiotelevisión cubana, le echó valor y se presentó en el plató en plena emisión; agarrándole por las solapas exigió una rectificación pública. Dicen que Castro pasó miedo al ver entrar al vasco hecho una furia; los dictadores no están acostumbrados a que se les contradiga, y mucho menos a que se les replique con vehemencia y firmeza. Al volver a España después del incidente, Franco, en su línea, le comentó al embajador:
-Lojendio. Como español, muy bien. Como diplomático, muy mal.

Hay quien afirma que cuando un diplomático te manda al infierno te lo dice de tal forma que estás deseando hacer las maletas para irte. Pero también la diplomacia, como la paciencia, tiene sus límites. De nada sirven las continuas apelaciones al diálogo cuando la contraparte, envalentonada, adopta una posición intransigente, enrocada en el insulto y en el continuo agravio, actitudes, y aquí está la verdadera génesis del problema, que pueden haber sido alimentadas con una política que ahora se demuestra equivocada.

Cierta izquierda distingue, inmersa en un gravísimo error, entre golpes militares progresistas y conservadores. El fascismo y el comunismo no son más que especies de un mismo género, el totalitarismo. La principal tara del socialismo –quizá por ese miedo reverencial a su hermana mayor, el comunismo- está, como afirmaba Revel, en su fascinación por la dictadura y su ceguera frente a las raices del totalitarismo. En realidad, el enemigo de la sociedad liberal no es el sátrapa fanfarrón, sino esa intelligentsia que anida en los países libres y que odia la libertad. Alguien dijo de Castro que era un personaje fascinante; a mi no se me quita de la cabeza que si Bolívar levantara la suya pedía destino en la Guardia Real.

Ceuta




A la antigua usanza, con puntero y mapa de España que recogía la división territorial del Estado a finales de los sesenta, la maestra enseñaba a sus alumnos del Colegio Alemán de Sevilla, en el viejo chalet de la calle Montevideo, que España lindaba al Norte con Francia y el Mar Cantábrico, y al Sur, con el Estrecho de Gibraltar. Un alumno, porque así se lo habían enseñado en su casa, se levantó y le dijo a la profesora:

-No. Al Sur linda con Marruecos, por la frontera del Tarajal.

Los ceutíes tienen, tenemos –porque también nacemos donde queremos-, un acentuado sentido del orgullo, forjado sin duda a golpe de actuaciones cargadas de olvido, de peligrosos silencios y, a veces, de indisimulada mala fe, pero que han servido para forjar en el ´caballa` un arraigado sentimiento de amor por su tierra y por su Patria. En buena medida, la visita de los Reyes de España ha servido para restañar muchas de esas heridas que los ceutíes han tenido que padecer en décadas marcadas, en muchas ocasiones, por conductas que denotaban algo más que una simple sensación de marginación.

No pude estar el histórico lunes en Ceuta para disfrutar de la visita real, pero ello no me impidió echar a volar la imaginación y cruzar otra vez el Estrecho con el viejo transbordador Virgen de África, ese cascarón de la Trasmediterránea que, a los ojos del niño, convertía la travesía en una aventura inolvidable; pasar por el cementerio de Santa Catalina, allí en la falda del Monte Hacho, para rendir tributo a los míos, y volar siempre con la imaginación a la calle Real de mi infancia (entonces, Falange Española), y a su Plaza de Azcárate, siempre aromada con las especias que se vendían en su mercado.

Realizó mi imaginación el mismo recorrido que tantas veces hice durante mi servicio militar en la Asesoría Jurídica de la Comandancia General de Ceuta –hoy, desde la distancia que proporciona el tiempo transcurrido, la mejor época de mi vida, gracias a los desvelos de mi abuela Carmen-, paseando por una calle Real que ya casi no reconozco hasta llegar a la Plaza de África, convertida en un mar de banderas portadas por un pueblo que ha sabido ser paciente en la espera de la deseada visita regia y demostrar, a quien albergara alguna duda, una inequívoca españolidad, precisamente ahora cuando algunos en la Península se empeñan en posiciones independentistas que sólo demuestran la cortedad de miras de quienes se refugian en un inequívoco espíritu provinciano.

Ceuta no merece silencios cuando se cuestiona su futuro y así lo demostró el lunes un pueblo ruidoso en los vítores a sus Reyes y en la demostración de su indudable españolidad. Deberían tomar nota del ejemplo de los ceutíes aquellos que consideran, inmersos en un grave error, que la mejor política exterior es la que más place al vecino.

Síntomas



"Cuando media España está en suspensión de pagos, la otra media está en suspensión de cobros". Recuerdo la frase de las clases de Derecho mercantil de quinto, cuando la carrera avanzaba con el estudio de la materia concursal hacia la recta final de la licenciatura. El catedrático advertía a sus alumnos de que la insolvencia –la enfermedad- se podía diagnosticar por la aparición de diversos síntomas externos que ponían de manifiesto la existencia de una situación de crisis. Cuando la enfermedad se propagaba, daba paso, con sus efectos contagiosos, a una situación de pandemia, de crisis económica generalizada que afectaba directamente a la salud de la economía nacional.
Esta preocupante sintomatología, que los economistas anticipan con el término ´desaceleración`, se advierte ya con preocupación en diversos sectores pujantes de la economía. En el diagnóstico de la enfermedad siempre hay posiciones encontradas, porque son varios los médicos que toman el pulso al enfermo y por ello diversas las opiniones, pero los tozudos datos que ofrecen instituciones públicas y privadas vienen a poner de manifiesto un retroceso significativo en el número de visados de obra nueva, sobre todo los que se refieren a primera vivienda; un aumento de la morosidad; una sensible reducción del precio de la vivienda para el 2008; una minoración de la obra pública, cicatera con la adjudicación de obras a la baja, y un incremento de los procedimientos concursales en los juzgados de lo mercantil. Cuando esa sintomatología afecta directamente al sector de la construcción -el principal motor de la economía y de la creación de empleo- el diagnóstico de la situación no puede ser favorable, sobre todo si viene ya acompañada de un incremento (leve, pero incremento) del paro, de la inflación (éste no tan leve) y de la inmigración (desorbitado).
Corresponde al Gobierno la adopción de las medidas necesarias para atajar la enfermedad todavía incipiente. Siempre es deseable anticipar los remedios, pero da la impresión de que médico y enfermo han vivido alegremente de las rentas, de la célebre despensa llena, porque la política económica desarrollada en estos cuatro años no se ha caracterizado por la adopción de medidas preventivas que otros –Alemania, Francia- sí han impuesto con traumas. Tampoco ayudan los antecedentes del galeno: Solbes se despidió en 1996 del Gobierno aconsejando la suscripción de fondos de pensiones privados para completar la incapacidad del sistema de seguridad social público.
Otro síntoma de la enfermedad: el paciente pretende abstraerse del mal que realmente afecta a su estado de salud con el recurso a otras afecciones, como la del calentamiento global pregonado por Gore que, después de haber sido vicepresidente con Clinton, algo debe conocer de esa materia.

Oposiciones



Creo que fue don Gregorio Marañón quien dijo aquello de las oposiciones son el espectáculo nacional más sangriento después de los toros. Convertida la selectividad en una charlotada por obra y arte del régimen logsiano, era lógico que alguno de los gobiernos de progreso nos liberara de una vez de la sangre derramada en feroces concursos que miden el sacrificio y el esfuerzo de los opositores. Lógico es que en este deteriorado ambiente académico donde los méritos personales han pasado a un segundo plano en beneficio del dolce far niente tan subvencionado por políticamente correcto, algún ministro llegara y en las ocurrencias que proporciona el desbordado ´talante` preelectoral nos proporcionara alguna fórmula magistral, bálsamo de Fierabrás, ungüento o pócima milagrosa que evite en el futuro esa incómoda manía del español de medirse con su semejante a goyescos garrotazos.
Y ese ministro innovador ha sido, precisamente, el de Justicia, mi admirado don Mariano Fernández Bermejo, con su propuesta de suprimir las oposiciones a la judicatura para que los mejores expedientes universitarios pasen, directamente, a la Escuela Judicial, sin necesidad de concurso ni de otros derramamientos de sangre. Eso sí; según la genial propuesta –que deja en el olvido, por carca, la de los "jueces de proximidad" (proximidad con el poder, claro, que de eso se trata) de don Juan Fernando López Aguilar- los llamados a ser jueces habrían de pasar previamente por los servicios de urgencia de los hospitales para "impregnarse de lo que es la vida". No alcanzo a comprender la oportunidad de la visita hospitalaria que aconseja el ministro a quienes el día de mañana vestirán las togas cuyas puñetas los presos bordaron en blanco ayer. Si se trata de proporcionar emociones fuertes podría llevar a sus pioneros de la revolución judicial, con pañuelo rojo anudado al cuello, al edificio de la madrileña calle Doménico Scarlatti que alberga el Tribunal Constitucional, para contemplar allí, in situ, la escarlatina propagada en forma de recusaciones infecto-contagiosas que, cuando afectó al magistrado Pérez Tremps, algún catedrático con no menos ocurrencia que la del señor ministro, calificó de un "mini golpe de estado", como si los pronunciamientos admitieran tallas y pudieran elegirse entre los M, L, XL y XXL (éstos últimos serían los exitosos, me temo).
Pruebe el señor ministro a dar solución a esos problemas que dice justifican esta disparatada iniciativa proporcionando a los jueces los medios humanos y materiales necesarios para facilitar su compleja labor y déjese de utópicos experimentos propios de Pol Pot o de Mao que, de prosperar aquí, a quienes van a llevar al servicio de urgencias, unidad de coronarias, es a los abogados y a los sufridos ciudadanos.