domingo, febrero 25, 2007

Acción exterior


Cuenta el historiador alemán Hüttl que el rey Luis II de Baviera - ensimismado en su complejo mundo, cansado de su tierra y de su propio gobierno que le negaba más dinero para construir sus caprichosos castillos y palacios- ordenó a su embajador en la corte española proponer a la reina Isabel II la compra de la isla de Mallorca. La reina española, claro está, mandó al embajador y a su regio primo a tomar viento.

Baviera tuvo embajadores porque fue reino hasta el año 1919. Hoy, el Estado Libre de Baviera no tiene más embajadas que la alemana, y más política exterior que la que diseña Berlín para todo el Estado. No se da en modelos políticos de corte federal como el alemán la posibilidad de que los Länder coordinen su propia política exterior con la del Estado central, porque los Länder no tienen competencias en materia de relaciones internacionales. La competencia la ostenta en exclusiva el Bund, que es quien mejor defiende los intereses de la Nación mediante una política única que, cuanto menos, procura coherencia y evita que los presidentes de los Länder anden zascandileando allende las fronteras federales haciendo uso del treaty-making power como si fueran verdaderos sujetos de derecho internacional.

La Constitución española siguió a la Ley Fundamental alemana al conferir también al Estado la competencia exclusiva en materia de relaciones internacionales. Sólo al Estado le corresponde la capacidad de obligarse frente a Estados extranjeros u organizaciones inter o supranacionales, como tiene dicho el Tribunal Constitucional, y las Comunidades Autónomas tienen limitada su proyección exterior a fin de no incidir o entorpecer la política exterior del Estado. Sin embargo, la hipertrofia competencial provocada por alguna reforma estatutaria ha venido a institucionalizar una suerte de política exterior autonómica que pugna abiertamente con la exclusividad reservada al Estado.

De esos polvos, estos lodos. La política exterior del Estado se ha visto también afectada por el pernicioso principio de bilateralidad. Se habla ahora abiertamente de "coordinar la política exterior de la Generalitat con la del Estado", imponiendo así una reciprocidad que no tiene cabida en la Constitución. Para preparar el ambiente adecuado al recurso de inconstitucionalidad contra determinados preceptos del Estatuto catalán se afirma alegremente que la estimación por el Tribunal Constitucional de la recusación de uno de sus magistrados constituye un golpe de estado (sic), demostrando así quienes se debaten entre el birrete y la gorra de plato el verdadero respeto que le merecen las decisiones judiciales cuando no les son convenientes. Y es que el sectarismo y la soberbia llevan siempre a la convicción de que las reglas del juego están hechas para los demás.

El algodón



Afirma Miguel Sanz, presidente de la UPN y de la Comunidad navarra, que él, a diferencia del candidato socialista a la presidencia de su Comunidad, Fernando Puras, no viene a Andalucía para aprender porque <>. Según Sanz, él sólo puede venir a enseñar, pero nunca a aprender. Por supuesto, determinada prensa andaluza ha considerado las palabras de Sanz –representante, cómo no, de la que denominan <>-, como un agravio y una falta de respeto a la imparable realidad andaluza.

Mucho me temo que sin perjuicio de lamentar las formas, el Sr. Sanz tiene razón en el fondo. La semana pasada recibí puntualmente el resumen que remite Eurostat sobre la tasa de desempleo regional en la Europa de los veinticinco y, como viene siendo una constante desde el ingreso de España en la CEE, Andalucía sigue estando en el top 20 de las regiones europeas con mayor tasa de desempleo. Hemos descendido posiciones en ese ranking de pobreza –ya no estamos en el <> club del top 10, precedidos sólo por las regiones francesas de ultramar-, pero no es menos cierto que el descenso se ha producido por el efecto de la entrada de nuevos países en la UE, sobre todo de Polonia y de Eslovaquia, que han aportado con su ingreso regiones con mayor tasa de desempleo de la que padece Andalucía, si bien, a diferencia de nuestra Comunidad, ni Polonia ni Eslovaquia llevan más de dos décadas beneficiándose de ayudas comunitarias. Tampoco hemos dejado de ser una de las regiones europeas con más paro femenino (19.4%) y seguimos también en el pelotón de cabeza de jóvenes parados (24.5%).

Eurostat es la prueba del algodón que no engaña. Si algo puede asegurarse es que el vigente Estatuto de Autonomía no es precisamente el culpable de que Andalucía siga formando parte del grupo de regiones más pobres de la UE. Da cierto pudor oir cómo se promete desde el poder alcanzar la luna con la sola aprobación de un texto estatutario que ha servido de coartada a políticas dominadas por el egoismo y la ruptura. El Regions. Statistical Yearbook 2006, recientemente publicado, pone en evidencia la gran mentira de segundas y terceras modernizaciones y de imparables realidades nacionales, y deja al aire las vergüenzas de una campaña de propaganda que sólo es ejemplo de publicidad engañosa. Se dice ahora desde la fácil tribuna mitinera que con el nuevo Estatuto pasaremos a estar entre las regiones europeas más avanzadas, a jugar en esa liga de regiones galácticas que en pura realidad nos son inalcanzables, pasando por alto la dura realidad de una región que está anclada en la cola de Europa.

Elogio de la experiencia



"Llaneza, muchacho, y no te encumbres". En su discurso pronunciado con motivo de su toma de posesión como miembro del Consejo de Estado, Leopoldo Calvo Sotelo, el más lúcido y brillante presidente del gobierno de la todavía joven democracia española, hizo suyas las palabras que Maeso Pedro dirigió al joven titiritero con Don Quijote de testigo para trazar en su intervención un acertado diagnóstico de la enfermedad que padece España por mor de la equivocada terapia que aplica quien hoy es su médico de cabecera. Desandar el camino laboriosamente desbrozado con la Transición para situarse en los nefastos años treinta supone realizar "un arriesgado ejercicio de funambulismo histórico" que tiene como principal víctima al siempre deseable consenso entre los partidos mayoritarios.

"Llaneza, muchacho, y no te encumbres". Pero este joven Lucilio no lee las epístolas morales que le envía Séneca, y sólo se guía por una intuición impregnada de eso que llaman baraka, pero que se está acabando. La llaneza es humildad, sencillez, buena fe, sentido común, pero el joven titiritero no se deja conducir por quienes desde sus propias filas critican, con timidez, pero desde la experiencia, una política exterior de "buenones" que nos ha llevado de la intimidad de Camp David a convertirnos en ruidosos palmeros de un coro de peligrosos personajes que nada bueno auguran. Sólo González se ha atrevido a levantar tímidamente la voz, pero a la vista está que el joven no hace caso ni a quien no hace mucho se sentó en el olimpo socialista ungido por los Palme, Kreisky y Brandt. En la visita a Doñana el joven lo trató como a un ánsar más de la fauna autóctona; lo imagino allí sentado en una hamaca mientras veía, como Vitto Andolini, correr a la niñas por entre las tomateras. Bien podría ser una reedición del "Adios, amigo" que el experto González le dedicó a Willy Brandt en su funeral.

"Llaneza, muchacho, y no encumbres". La política es el mundo de las sombras, pero la única luz que se ve al fondo del túnel la procuran aquellos que por experiencia saben conducirse con mayor soltura entre tinieblas. En España hemos convertido la política en la profesión de los que no tienen otra y encima se premia la inexperiencia ascendiendo al novel a los más altos cargos, como si se tratara de un deporte, donde los triunfos corresponden a los más jóvenes.

"Llaneza, muchacho, y no te encumbres". El encumbrado se deja entrevistar por otro ruiseñor de voz aflautada que parece haber olvidado la distancia que debe separar siempre al poder de la justicia. Viendo este espectáculo no es de extrañar que, como Don Quijote, den ganas de mandar el retablo y a su joven titiritero a hacer puñetas.

domingo, febrero 11, 2007

El avispero


Una reciente sentencia del Tribunal Constitucional alemán ha derogado el Impuesto de Sucesiones y Donaciones por considerarlo contrario al principio de igualdad al establecer distintas fórmulas de determinación de la base imponible del impuesto según el concreto bien o derecho que forme parte del caudal hereditario. La sentencia, acogida por la ciudadanía con lógico entusiasmo, ha provocado una discusión política acerca de si debe mantenerse un impuesto que en otros países de la Unión Europea ya ha sido suprimido.

La resolución del Tribunal de Karlruhe despertó mi curiosidad sobre el tratamiento legislativo que merece este impuesto en un estado federal modelo como es Alemania. Es sabido que, en España, las Comunidades Autónomas tienen competencias sobre este impuesto en materias relativas a la reducción de la base imponible y en las deducciones de la cuota íntegra. El ejercicio diverso de las competencias según cada concreta Comunidad Autónoma ha provocado la existencia de diferentes marcos fiscales, una situación que a cualquier lego en esta materia puede resultarle a priori contraria al constitucional principio de igualdad por ser diferente el trato fiscal que un mismo supuesto de hecho merece dependiendo del lugar donde se produce.

Tal vez por evitar discriminaciones y agravios entre los diferentes Länder, el modelo federal alemán establece una única regulación del impuesto para todo el Estado. Es decir, que a diferencia de lo que ocurre en España, los Länder alemanes, desde Mecklenburgo hasta el poderoso Estado Libre de Baviera, tienen en esta materia un techo competencial inferior al de las Comunidades Autónomas, y no es de extrañar que la causa de la existencia de una regulación uniforme para todo el Bund resida en la observancia del principio de igualdad y del de unidad de mercado, principios constitucionales que evitan, a diferencia de lo que está ocurriendo en España, que en un Estado federal como el alemán proliferen diferentes normas fiscales, códigos civiles, disposiciones de Derecho procesal o regulaciones mercantiles. A nadie se le ocurre en mi querida Baviera insistir en la necesidad de disponer de un código civil propio y distinto del BGB que, como Derecho uniforme, se aplica en toda Alemania.

En buena medida este sarampión de reformas estatutarias parecen inclinar definitivamente el modelo de estado hacia una confederación en el que impera un peligroso chacun pour soi que deja maltrecho el principio constitucional de solidaridad. Tiene razón Sosa Wagner cuando apunta que el confederalismo nos conduce al desastre, sobre todo teniendo en cuenta que, desde la experiencia, en la reforma constitucional alemana prima la transferencia de competencias de los Länder al Estado. Justo lo contrario de lo que está ocurriendo aquí.

Cordón sanitario


En la agitada Facultad de Derecho sevillano de finales de los setenta tocaba asamblea todos los días. No sé cómo nos las arreglábamos, pero siempre había más alumnos en la tarima del Aula Magna esperando que le dieran la vez para soltar la arenga que oyentes en la sala. Puntualmente aparecía el catedrático por la puerta para asegurarse de que no era posible dar la clase, hasta que un día, harto de la situación, bramó a quienes se encontraban dirigiendo la asamblea: "Estos actores que están continuamente en escena, ¿cuándo se aprenderán los papeles?".

Me vino a la memoria la anécdota al ver este fin de semana al "equipo artístico habitual" del Gobierno en una rueda de prensa convocada para criticar el abominable comportamiento de la derecha, la misma que avisó del inmenso error que suponía caer en los brazos de terroristas. Siento una profunda admiración por todos los actores porque su profesión se me antoja muy compleja, tanto que en ocasiones soy incapaz de advertir si están diciendo lo que de verdad piensan o siguen actuando en este continuo teatro de la vida. Eso me pasa, por ejemplo, cuando escucho decir a José Sacristán que las formas del Partido Popular le recuerdan a conductas de la derecha de otra época, que él consideraba aparcada. En esta cuestión hay que reconocerle a Sacristán su notoria experiencia, porque con sus interpretaciones se convirtió en chofer de esa derecha aparcada, desde su debut en Sor Citroen hasta esa chusca apología del tardofranquismo desplegada por el personaje que interpretó en Vente a Alemania, Pepe (1971) en compañía, por cierto, de la no menos activa Tina Sainz. Dos formidables actores, sin duda; todavía recuerdo la escena en la que José Sacristán intentaba convencer a Antonio Ferrandis -que hacía el papel de un doctor exiliado en Munich- de lo mucho que había cambiado la España de 1971 que él hoy consideraba aparcada. Claro que siempre se podrá decir lo que comentó una famosa actriz de la UFA berlinesa a quienes reprocharon su pasado nazi exhibiéndole una foto en la que aparecía con el brazo en alto saludando a Hitler: "No. Yo no le saludaba: le indicaba que estaba pasando un zeppelín".

Tampoco le faltó ocurrencia a Federico Luppi –otro divo de la escena- cuando recomendó aplicar a la derecha española un cordón sanitario, expresión que parece sacada de las macabras experiencias ideadas por sus paisanos Videla, Massera y Agosti. Me tranquiliza pensar que Luppi también estaba desplegando sus indudables dotes artísticas en la rueda de prensa cuando con no menos gracejo acusó a la derecha de ser "casi gótica". Hombre, si la derecha es gótica lo será de estilo flamígero, que en el debate del lunes alguno quedó chamuscado con las llamaradas despedidas por Rajoy.

Arrepentimiento


Como el Código Penal alemán sí establece la pena de cadena perpetua –al igual que otros ordenamientos jurídicos de la Unión Europea-, se plantea ahora el debate de si dos de los más sanguinarios terroristas (aquí se les llama ahora violentos) , Brigitte Mohnhaupt y Christian Klar, condenados en su día a cinco cadenas perpetuas por cabeza, deben salir de prisión tras haber cumplido veinticuatro años de condena. En Alemania, la cadena perpetua puede verse matizada por un número mínimo de años de cárcel que, en el caso de Brigitte Mohnhaupt, se estableció en 24 años de prisión, hoy a punto de ser cumplidos. Pero para su liberación, de no mediar el indulto del Presidente de la República, siempre es necesario que los tribunales determinen si el preso sigue siendo un peligro para la sociedad. Y, ¿saben cuál es la medida para determinar la existencia o no de ese peligro? El arrepentimiento del condenado.

Mohnhaupt y Klar pertenecen a la segunda generación de la RAF (Rote Armee Fraktion), la banda de los Baader-Meinhof, grupo terrorista fundado a principios de los setenta por Andreas Baader y Gudrun Enslin, y al que unió su nombre Ulrike Meinhof. Tras el suicidio de los miembros fundadores del grupo terrorista en la prisión de Stuttgart-Stammheim, Mohnhaupt y Klar retomaron con virulencia la dirección de la banda terrorista, atribuyéndose los asesinatos del presidente del Dresdner Bank, Jürgen Ponto, del presidente de la Confederación alemana de empresarios, Hans-Martin Schleyer, y del Fiscal General Siegfrid Buback. En total, la RAF asesinó a 34 personas durante 25 años de terror.

La banda terrorista se disolvió en 1998, por supuesto, sin que el Estado alemán se prestara a negociaciones de ningún tipo ni a actos de clemencia que fueran más allá de la liberación de presos con graves enfermedades en estado terminal. El problema está hoy en que la mayoría de los alemanes se niega a otorgar el perdón a dos terroristas que todavía no han expresado su arrepentimiento por el daño causado, y eso que la RAF ya no existe, ni existe tampoco el peligro de que Mohnhaupt y Klar –que rondan ya los sesenta años- retomen la lucha terrorista.

Podrá decirse que el terrorismo no responde a una misma causa, planteamiento que a las víctimas, a quienes han padecido el terror, les da exactamente igual. Mientras miro, otra vez con indisimulada envidia, la estabilidad de los principales partidos alemanes bajo la grosse Koalition, me pregunto si no han sido esa unidad en asuntos de Estado –como la lucha antiterrorista- y la estricta y uniforme aplicación de la norma penal alemana los ingredientes de la receta para la mejor defensa del Estado de Derecho y la consiguiente disolución de la RAF sin proceso de paz ni análogas claudicaciones.