Precisamente ahora que hemos cambiado nuestras tradicionales reclamaciones de soberanía sobre Gibraltar por un puñado de tarjetas de embarque, aparece la Instrucción Pastoral Orientaciones morales ante la situación actual de España en la que los Obispos españoles ofrecen un benévolo juicio moral acerca de los nacionalismos. Imagino que la Conferencia Episcopal habrá tenido que hacer sus complicados equilibrios al enfrentarse con esta espinosa materia y que esos equilibrios habrán sido tal vez menos complejos al criticar la fuerte oleada de laicismo que nos inunda y que va de la mano de actitudes intolerantes como la de la directora del Instituto de Mijas, pero realmente sorprende la advertida tolerancia de la Instrucción respecto de tendencias políticas incardinables dentro de lo que Ortega denominaba "particularismos", que suponen una grave amenaza para la estabilidad y unidad política de España.
Precisamente ahora que hemos cambiado nuestras tradicionales reclamaciones de soberanía sobre Gibraltar por un puñado de tarjetas de embarque, aparece la Instrucción Pastoral Orientaciones morales ante la situación actual de España en la que los Obispos españoles ofrecen un benévolo juicio moral acerca de los nacionalismos. Imagino que la Conferencia Episcopal habrá tenido que hacer sus complicados equilibrios al enfrentarse con esta espinosa materia y que esos equilibrios habrán sido tal vez menos complejos al criticar la fuerte oleada de laicismo que nos inunda y que va de la mano de actitudes intolerantes como la de la directora del Instituto de Mijas, pero realmente sorprende la advertida tolerancia de la Instrucción respecto de tendencias políticas incardinables dentro de lo que Ortega denominaba "particularismos", que suponen una grave amenaza para la estabilidad y unidad política de España.
La Instrucción reconoce la legitimidad de las posiciones nacionalistas que, "sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos", pretenden "modificar" la unidad política de España, pero también advierte de las consecuencias perniciosas que pueden derivarse de dejarse llevar por impulsos egoístas o por reivindicaciones ideológicas, al tiempo que exalta "la convivencia pacífica y la mayor solidaridad entre los pueblos de España" en el marco de "la unidad histórica y cultural de España" (adviértase que se evita la alusión a la unidad política, sólo empleada al hacer referencia a su legítima modificación; y "modificar" supone siempre transformar una situación preestablecida).
Se me antoja indulgente la posición de la Iglesia española respecto de los nacionalismos después de advertir la contundencia del cardenal Ratzinger al calificar abiertamente las posiciones nacionalistas de "radicalización moderna del tribalismo, es decir, un primitivo lastre de la humanidad" o de "herejía europea", nada más y nada menos, al que sirve o debe servir como antídoto la idea de una Europa unida (Una mirada a Europa, Madrid 1993). La firmeza de Ratzinger no se refleja en la Instrucción Pastoral, sin duda por la necesidad de lograr un punto de entendimiento con posiciones que se apartan de lo escrito en su día por el –entonces- arzobispo de Munich.
Me pregunto, ahora que lanzan la idea de crear en el Vaticano un equipo de futbol para que participe en la alta competición –noticia que me hizo pensar en un adelanto del día de los Inocentes- , si los curas o seminaristas vascos firmantes de ese manifiesto crítico con todo lo que significa España estarían dispuestos a jugar en el equipo que dicen es auspiciado por el mismísimo cardenal Bertone, Secretario de Estado vaticano, o si, por el contrario, también aquí van a tener equipo propio. Cosas de la tribu.
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