Madrid y Esperanza Aguirre lo tienen muy claro: la rebaja impositiva, sus reformas fiscales, sirven de estímulo a la actividad económica; la prueba del éxito de la receta económica y fiscal –felizmente anclada, como Esperanza Aguirre, en las convicciones más liberales- queda de manifiesto con los índices de crecimiento económico experimentado en los últimos años en la Comunidad de Madrid. Ya que el Gobierno evita la adopción de medidas de choque para contrarrestar los inminentes efectos negativos de una economía con evidentes síntomas de agotamiento, determinadas comunidades –como la presidida por Esperanza Aguirre- se aplican dentro de sus posibilidades en frenar el gasto público y proporcionar el ambiente adecuado para seguir canalizando las inversiones de aquellos empresarios que aborrecen el clima de "paletismo colectivo" -expresión utilizada por Cambó en su epistolario con Pla para denunciar las ínfulas soberanistas de la izquierda catalana- que los socialistas y el nacionalismo más radical se empeñan en crear allí donde antaño florecían el cosmopolitismo y el ideal europeo.
En su discriminatorio reparto presupuestario, el Gobierno ha primado a quienes aplican políticas manirrotas de incontenido gasto público, reconociéndoles así la victoria a quienes no tienen otra política más que la del agravio comparativo o, poer aún, la del dolce far niente que convierte el maná presupuestario y los cada vez más mermados fondos estructurales europeos en "pan para hoy y hambre para mañana". Ahora que Europa se esfuerza en contener el gasto, con Sarcozy y Merkel que coinciden en aumentar la edad de jubilación para frenarlo, el Gobierno español arriesga la precaria salud de nuestra economía con medidas sociales de sonrojante finalidad electoral que, sin el necesario respaldo económico, ponen de manifiesto una política social errática y de imposible cumplimiento.
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