miércoles, abril 12, 2006

El interés nacional


Los políticos italianos son maestros en el equilibrio imposible, capaces de gobernar con frágiles minorías y también de soportar prolongados desgobiernos, pero en Italia imaginarse una grosse Koalition es, sencillamente, perder el tiempo. Pero el análisis de la apasionante situación política que atraviesa Italia debe ceder ante la noticia política relativa a la dimisión de don José Bono como ministro de Defensa.

Un político popular me comentó hace exactamente dos años que la presencia de Bono en el Gobierno era un acierto de Rodríguez Zapatero, pero que dejarle al frente de los servicios secretos constituía un inmenso error que se saldaría con la dimisión o el cese del ministro antes de que la legislatura cumpliera su paso del ecuador. Algunos han visto en Bono el contrapeso a una política rupturista de su propio Gobierno, hasta que no ha podido más por perder el fiel de la balanza su verticalidad, después de sufrir en sus propias carnes aquel aserto winstoniano que localizaba a los enemigos políticos en las filas de su propio partido y dejaba la condición de adversarios a sus oponentes. Tachado, entre otras lindezas, de ´casposo` o de falangista por los socios del Gobierno que lo acogió en su seno, el hasta ayer ministro ha defendido una idea de España que, pese a las trampas semánticas y eufemismos al uso, sigue siendo la de la mayoría de los españoles. A Bono, como a muchos, le resultará imposible coexistir en tareas de gobierno con aquellos que llaman ´proceso de paz` o ´realidad nacional` a figuras que sólo vienen a poner de manifiesto la claudicación del Estado de Derecho frente a sus enemigos.

En España algunos se han empeñado en reducir el concepto de interés nacional a hacer todo lo posible para no pagarle la luz a los alemanes de E.ON. Tan desprestigiada está la idea de España por quienes han procurado la caída de Bono que su discurso de despedida evocó en alguna ocasión al asediado general Silvestre antes de caer en Annual, rodeado de jarcas cabileñas, las mismas que luchaban contra soldados catalanes con barretina en la escena bélica que recoge el cuadro que decora su despacho en el Ministerio.

No les falta razón a aquellos que le critican una actuación siempre aderezada con gestos y maneras populistas, muy del gusto de un personaje histriónico que no dudó en convertir su toma de posesión en un acto social con parada militar, en organizarle a su antecesor en el cargo un aquelarre o en ordenar una no menos sonrojante huida militar con medalla frustrada. En su despedida se citó a MacArthur, pero don José Bono, aunque le ofrezcan el destino diplomático que se le da ahora a los elementos incómodos renovando prácticas franquistas, nunca volverá, sencillamente, porque no se terminará de ir.

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