miércoles, abril 19, 2006

El mediador


Los procesos de paz suelen despedir un tufillo que atrae a políticos amortizados, pacifistas altamente peligrosos y zascandiles de reconocido prestigio mundial, algunos de ellos galardonados con el Nobel de la Paz, premio que desde que fue concedido ex aequo a Menahem Beguin y Yasser Arafat dejó de tener el crédito que todavía algunos le otorgan. En el denominado ´proceso de paz` del País Vasco (rectius, claudicación a dita del Estado del Derecho) nos ha tocado en suerte el Padre redentorista Alec Reid, curtido en las negociaciones que llevaron al Acuerdo de Stormont.

En una conferencia celebrada el 12 de octubre de 2005 en Belfast, el Padre Reid comparó a los unionistas con los nazis, uniendo así el destino de los católicos del Ulster con el Holocausto judío: "La realidad es que los unionistas han tratado a la comunidad nacionalista de Irlanda del Norte como a un animal. No se les ha tratado como a personas, sino como los nazis trataron a los judíos". La comparación es muy desafortunada (entenderán así mejor que se le concediera a Reid el Premio Sabino Arana), y no solo por el hecho de que durante la II Guerra Mundial el IRA colaboró activamente con los nazis, sino principalmente porque con estas afirmaciones –que provocaron la inmediata repulsa de las asociaciones de víctimas unionistas- se descalifica quien pretende presentarse ahora también en España como mediador en el conflicto vasco. El problema crece cuando es el propio Gobierno quien le confiere a Reid la condición de mediador, internacionalizando el conflicto al gusto abertzale.

La labor de mediación exige imparcialidad. Si no se es imparcial, si se evita el imprescindible equilibrio entre las posiciones en conflicto, se corre el peligro de abandonar la labor de mediador para abrazar la de simple mandatario o agente. Al mediador designado por las partes se le impone la obligación de imparcialidad que distingue esta figura jurídica de otras que sólo contemplan la defensa de los intereses del mandante. Y el Padre Reid podrá ser muchas cosas, pero nunca imparcial, y en su descarada parcialidad coincide con el reverendo Ian Paisley. No lo fue en el conflicto norirlandés –abrazó ciegamente la posición del IRA- y no lo será tampoco ahora.

Cambia el hilo argumental de la obra y cambian los personajes pero, antes de abandonar la sala, conviene recordar ese pasaje del Pacto Antiterrorista en el que PP y PSOE hicieron explícita, "ante el pueblo español, su firme resolución de derrotar la estrategia terrorista con los medios del Estado de Derecho". Hoy ya no se habla de derrota, sino de hombres de paz, y yo recuerdo otra vez al abuelo Alois cuando decía aquello de que "Dios es muy bueno, pero su personal de tierra deja mucho que desear". Seguro que conoció a Reid.

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