La declaración del Consejo Europeo celebrado en Bruselas el 15 y 16 de junio bajo la Presidencia austriaca vuelve a poner de manifiesto la situación de impasse en el que se halla sumido el proyecto europeo después del "no" francés y holandés al proyecto de Tratado por el que se pretendía establecer una Constitución para Europa. Ni la Presidencia británica ni ahora la austriaca, que finaliza con este mes de junio, pese al constante empeño y los indudables esfuerzos realizados, han sido capaces de vencer las reticencias del resto de Estados, que todavía no han digerido la ampliación a veinticinco cuando se preparan ahora para dar entrada en enero de 2007 a Bulgaria y Rumanía. Y Turquía sigue a las puertas, esperando una respuesta.
Será ahora Finlandia la que recoja el testigo de la Presidencia del Consejo y quede encargada de allanar un camino que se presenta todavía muy agreste por las abiertas reticencias de algunos países miembros a dotar a la Unión de un ámbito más social y que sólo la Presidencia de uno de los <
Europa permanece sumida en ese "período de reflexión" al que se refiere la declaración de Bruselas, eufemismo que encierra un evidente estancamiento de sus políticas. Algún pequeño avance en el espacio jurídico europeo en los ámbitos civil y penal, o en la cooperación policial; una voluntariosa declaración en materia de política inmigratoria; las inevitables citas al cambio climático o a la Estrategia de Lisboa –también sumida, como el proyecto europeo, en un profundo letargo- son algunas de las piezas menores que se han podido cobrar en este semestre. La Directiva europea de servicios, que se nos quiere presentar como la principal y más relevante norma aprobada en ese período, supone una evidente reducción respecto del proyecto elaborado por el ex comisario Bolkestein, por los recelos franceses respecto de la mano de obra barata de los países del Este. Recuérdese el ejemplo del fontanero polaco, tan manido durante el referéndum francés y que tanto tuvo que ver en el triunfo del <
Sorprende la declaración por la referencia no menos voluntariosa que realiza a la "Alianza de Civilizaciones", ese indefinido espectro pendiente de definición –la del millón de dólares- por la ONU. La etérea Alianza –principal empeño de la política exterior- comparte cita en la declaración con la Fundación Anna Lindh y se equipara, por lo tanto, a los fines de una Fundación de naturaleza jurídica privada. Muchas alforjas para tan corto camino.
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