Dicen que el último bandolero andaluz fue Juan Mingolla, Pasos Largos, que hoy le da nombre a un buen vino de la Serranía rondeña. Mingolla murió en 1934 después de cumplir condena en el penal de Figueras, del que salió indultado para volver de inmediato a sus querencias: la sierra y la caza furtiva. Pasos Largos, legendario por tirarse del Mure cuando era perseguido por los guardias, murió en un enfrentamiento con la Guardia Civil en la Sierra de las Nieves, pero con él no acabó el bandidaje.
El bandolerismo se ha reconvertido con el paso de los años. Hoy ya no tiene el carácter violento de Vivillo, Flores Arrocha o el Bizco de Borge, de quienes nos hablaba Pepe Navarrete en sus clases de Derecho Penal, ni tampoco el romanticismo de José María Hinojosa, Tempranillo, cordobés de Jauja que prefirió quedarse en la tierra antes de emigrar a otras más prósperas –quién sabe qué altas metas hubiera alcanzado con su inteligencia de haberse establecido en Cataluña, es un poner- o al estepeño Juan Caballero, El Lero, de quien no hace mucho escribió don Victor Márquez Reviriego. A Tempranillo y Lero los indultó Fernando VII con sus respectivas cuadrillas para convertirlos en servidores del orden especializados en la represión del bandolerismo, y a poco estuvieron de cumplir el objetivo si no llega a caer Tempranillo en la emboscada que le tendió uno de sus perseguidos.
Hoy el bandolero ha cambiado el caballo por los coches de gran cilindrada; el trabuco por el hierro del 7, la faca por lujosas estilográficas y la cueva por el chalé hortera. Su campo de actuación geográfico ya no es la sierra, porque nuestro bandolero ya no se echa al monte, prefiriendo concentrar su campo de actuación en los términos municipales delimitados por los correspondientes planes generales de ordenación. "El rey mandará en Madrid, en la sierra mando yo", fue en su día el grito de guerra de quienes fijaban la frontera –y su soberanía- en Sierra Morena o en la Sierra de Ronda; hoy, donde nuestro bandolero ejerce poder es en el urbanismo, que le procura la riqueza con la que sufragar el hedonismo patológico en el que vive, en algunos casos, con advertida tolerancia de quienes mandan. En eso se distingue de sus homólogos italianos, austeros y ahorradores ya en la cosa nostra, camorra o la n´dragueta. A Salvatore Provenzano, capo di tutti capi, lo cazaron en una muy modesta finca siciliana, sin luz ni agua corriente, comiendo ricotta y comunicándose con su gente por medio de pizzini.
Precisamente esa inclinación por el lujo acerca al bandolero de hoy a los carteles mejicanos de Tijuana, Sinaloa o Jalisco, cuyos jefes también gustan de nadar en la abundancia hortera. Sería interesante analizar con más detalle este fenómeno sociológico. Urge un viaje de estudios a Guadalajara.
viernes, diciembre 22, 2006
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