Hace cincuenta años, el canciller Konrad Adenauer, europeista convencido, afirmó ante el premier francés Guy Mollet el decidido apoyo de Alemania a la constitución del mercado común: Et maintenant, il faut faire l´Europe. Adenauer siempre consideró la integración europea como un trampolín para que Alemania recobrara su espacio de poder en Europa y en política exterior. Hoy, cincuenta años después de la firma del Tratado de Roma, es Alemania la que quiere convertirse en el trampolín necesario para dar el impulso definitivo que saque a la Unión Europea de la situación de paralización en la que se encuentra tras el fracaso del proyecto de Constitución y un precipitado proceso de integración de nuevos miembros.
La Declaración de Berlín ha puesto de manifiesto la decidida voluntad de la canciller Merkel –sucesora de Adenauer en su convicción europeista- de retomar la discusión sobre el futuro de Europa y la necesidad de adaptar su estructura política a la evolución de los tiempos. Se trata de reafirmar una firme voluntad renovadora del ideal europeo, y es significativo que la Declaración no haga referencia alguna al proyecto de Constitución para Europa rechazado en las urnas por Francia y Holanda, pero también centro de las críticas de otros países que no llegaron a pronunciarse sobre un texto sin futuro. Hoy ya no se habla de Constitución, término que despierta recelos en muchos países miembros; la Declaración de Berlín prefiere evitar cualquier alusión a la forma jurídica que ha de servir de vehículo a la necesaria reforma europea y utiliza, con evidente sentido eufemístico, la referencia al establecimiento de los fundamentos comunes que inspiren la renovación en la UE.
La clave está en determinar el ámbito de los fundamentos comunes, es decir, las partes del difunto proyecto de Constitución que sí pueden ser salvados para incorporar el núcleo de una reforma por la vía de un nuevo Tratado (o un minitratado, como también se denomina ya, por suponer el experimento un claro recorte de anteriores proyectos). La canciller cuenta en su empeño con el apoyo de Blair, y Sarcozy mira también con satisfacción un proyecto que despierta simpatías en los países del Este, reacios a altos niveles de integración.
España ha considerado el plan de la Presidencia alemana como un recorte drástico del proyecto de Constitución para Europa que en su día refrendó en las urnas sin mucha convicción. Demasiadas tijeras y poca pluma, se queja la representación española. Dicen en Bruselas que Merkel ha salido al paso de la crítica recomendando a quienes confían en irrealizables macroproyectos constitucionales que cumplan con el Tratado vigente y respeten la libertad de establecimiento y la libre circulación de capitales.
sábado, mayo 26, 2007
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