miércoles, febrero 08, 2006

La carta


El pasado fin de semana se clausuró en Munich la 42ª Conferencia sobre Política de Seguridad. Este nuevo Davos de la política de seguridad ha puesto de manifiesto el acercamiento de Europa a la posición de los Estados Unidos en materia de seguridad exterior, posición liderada ahora por la canciller Merkel, que ha otorgado en su política exterior una evidente preeminencia al fortalecimiento de las relaciones transatlánticas, con el correlativo debilitamiento de las alianzas con Rusia.

El fortalecimiento de las relaciones alemanas con su aliado natural se ha demostrado con claridad en la posición conjunta adoptada por los ministros de Defensa de la OTAN respecto de la cuestión iraní, frente común que también se interpreta como seria advertencia a la política comprensiva de Putin para con Irán. Nadie confía en las promesas de Teherán sobre el destino meramente civil del uranio enriquecido y tampoco causan sorpresa las amenazas de Ahmadineyad si la cuestión se traslada al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ante este continuo desafío, sorprende ahora el silencio de quienes proclaman que la legalidad internacional reside exclusivamente en la ONU. El recelo ante la inoperancia de los organismos que se autoproclaman como únicos internacionalmente legitimados para abordar conflictos se pretende suplir ahora con la fórmula creada por Merkel del <>, que pasa por convertir a la Alianza en el primer foro en el que los aliados deben discutir los conflictos mundiales.

España ha enviado a la Conferencia de Munich al director del gabinete del ministro Bono, representación de <> que contrasta con la presencia en la Conferencia de primeros ministros, ministros de defensa de países OTAN y altos mandatarios de Estados no miembros. Tal vez sea un reflejo más de la pérdida de protagonismo de España en el tablero internacional, con una política exterior desnortada, que a veces parece guiada por el más rancio antiamericanismo. Pero más daño hace la carta que Zapatero ha firmado con el turco Erdogan, personaje que no sería precisamente del gusto de Kemal Atatürk. En vez de convencer a Erdogan de la necesidad de cumplir con los requisitos impuestos para posibilitar el ingreso de Turquía en la Unión Europea, Zapatero se nos disfraza de Chamberlain cuando agita la carta como si se tratara de un nuevo Acuerdo de Munich, en un pre-conflicto en el que nuestro país, si se descuida, va camino de convertirse en los Sudetes. Por lo menos, la carta añade a ese difuso concepto de la alianza de las civilizaciones –¿reedición de la fracasada política de appeasement?- una nota de peligrosa restricción de derechos y libertades, cuando en vez de condenar la violencia se está dispuesto a tolerar excepciones a los principios y valores de Occidente.

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