domingo, febrero 12, 2006

Piazza di Spagna



Qué envidia, don Francisco. Embajador de España ante la Santa Sede, mi puesto siempre soñado. Mañanas con la Curia vaticana tomando café; tardes de chocolate y magdalenas con los Príncipes de la Iglesia; noches romanas en la Piazza di Spagna. Dice Zapatero que espera que su nombramiento pueda mejorar las relaciones con el Vaticano. Yo no me limito a esperar la mejora, porque estoy convencido de que empeorar las relaciones es imposible. Vamos, están mucho peor que cuando don Gonzalo Puente Ojea -azote de la Iglesia- abandonó la legación, después de montar en Roma una reedición del sacco (mira que nombrar embajador a un agnóstico y divorciado; eso sólo se le ocurría a González). Naturalmente que lo hará Ud. bien y que se desenvolverá allí como pez en el agua, que para algo es católico y además practicante. Lo malo van a ser los aprietos en los que le va a poner Su Santidad desde el momento en vaya a la ceremonia de la entrega de credenciales, porque este Papa está muy enterado de lo que pasa por estos lares y encima pregunta con enorme interés (que se lo digan a don Mariano Rajoy, sometido a un tercer grado durante la visita que cursó hace un mes).

Pero todo el mundo habla de su ida y nadie ha reparado en la vuelta de Dezcallar. Zapatero lo quiere ahora cerca para hablar mejor con ETA. No en balde mantendrá el obligado silencio sobre esas conversaciones que Zapatero ha impuesto, porque en el PP al Sr. Dezcallar se la tienen jurada desde que el 11-M lo dedicó a estar en contacto con el poder fáctico fácilmente reconocible. Como su homónimo Fernández Ordóñez, que cuando era ministro de UCD nada más terminar el Consejo llamaba al País a dar el parte. Pues nada, don Francisco, a disfrutar y sobre todo ora pro nobis, que lo de ora et labora no es precisamente del gusto zapateril.

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