viernes, diciembre 28, 2007

Oposiciones



Creo que fue don Gregorio Marañón quien dijo aquello de las oposiciones son el espectáculo nacional más sangriento después de los toros. Convertida la selectividad en una charlotada por obra y arte del régimen logsiano, era lógico que alguno de los gobiernos de progreso nos liberara de una vez de la sangre derramada en feroces concursos que miden el sacrificio y el esfuerzo de los opositores. Lógico es que en este deteriorado ambiente académico donde los méritos personales han pasado a un segundo plano en beneficio del dolce far niente tan subvencionado por políticamente correcto, algún ministro llegara y en las ocurrencias que proporciona el desbordado ´talante` preelectoral nos proporcionara alguna fórmula magistral, bálsamo de Fierabrás, ungüento o pócima milagrosa que evite en el futuro esa incómoda manía del español de medirse con su semejante a goyescos garrotazos.
Y ese ministro innovador ha sido, precisamente, el de Justicia, mi admirado don Mariano Fernández Bermejo, con su propuesta de suprimir las oposiciones a la judicatura para que los mejores expedientes universitarios pasen, directamente, a la Escuela Judicial, sin necesidad de concurso ni de otros derramamientos de sangre. Eso sí; según la genial propuesta –que deja en el olvido, por carca, la de los "jueces de proximidad" (proximidad con el poder, claro, que de eso se trata) de don Juan Fernando López Aguilar- los llamados a ser jueces habrían de pasar previamente por los servicios de urgencia de los hospitales para "impregnarse de lo que es la vida". No alcanzo a comprender la oportunidad de la visita hospitalaria que aconseja el ministro a quienes el día de mañana vestirán las togas cuyas puñetas los presos bordaron en blanco ayer. Si se trata de proporcionar emociones fuertes podría llevar a sus pioneros de la revolución judicial, con pañuelo rojo anudado al cuello, al edificio de la madrileña calle Doménico Scarlatti que alberga el Tribunal Constitucional, para contemplar allí, in situ, la escarlatina propagada en forma de recusaciones infecto-contagiosas que, cuando afectó al magistrado Pérez Tremps, algún catedrático con no menos ocurrencia que la del señor ministro, calificó de un "mini golpe de estado", como si los pronunciamientos admitieran tallas y pudieran elegirse entre los M, L, XL y XXL (éstos últimos serían los exitosos, me temo).
Pruebe el señor ministro a dar solución a esos problemas que dice justifican esta disparatada iniciativa proporcionando a los jueces los medios humanos y materiales necesarios para facilitar su compleja labor y déjese de utópicos experimentos propios de Pol Pot o de Mao que, de prosperar aquí, a quienes van a llevar al servicio de urgencias, unidad de coronarias, es a los abogados y a los sufridos ciudadanos.

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