A la antigua usanza, con puntero y mapa de España que recogía la división territorial del Estado a finales de los sesenta, la maestra enseñaba a sus alumnos del Colegio Alemán de Sevilla, en el viejo chalet de la calle Montevideo, que España lindaba al Norte con Francia y el Mar Cantábrico, y al Sur, con el Estrecho de Gibraltar. Un alumno, porque así se lo habían enseñado en su casa, se levantó y le dijo a la profesora:
-No. Al Sur linda con Marruecos, por la frontera del Tarajal.
Los ceutíes tienen, tenemos –porque también nacemos donde queremos-, un acentuado sentido del orgullo, forjado sin duda a golpe de actuaciones cargadas de olvido, de peligrosos silencios y, a veces, de indisimulada mala fe, pero que han servido para forjar en el ´caballa` un arraigado sentimiento de amor por su tierra y por su Patria. En buena medida, la visita de los Reyes de España ha servido para restañar muchas de esas heridas que los ceutíes han tenido que padecer en décadas marcadas, en muchas ocasiones, por conductas que denotaban algo más que una simple sensación de marginación.
No pude estar el histórico lunes en Ceuta para disfrutar de la visita real, pero ello no me impidió echar a volar la imaginación y cruzar otra vez el Estrecho con el viejo transbordador Virgen de África, ese cascarón de la Trasmediterránea que, a los ojos del niño, convertía la travesía en una aventura inolvidable; pasar por el cementerio de Santa Catalina, allí en la falda del Monte Hacho, para rendir tributo a los míos, y volar siempre con la imaginación a la calle Real de mi infancia (entonces, Falange Española), y a su Plaza de Azcárate, siempre aromada con las especias que se vendían en su mercado.
Realizó mi imaginación el mismo recorrido que tantas veces hice durante mi servicio militar en la Asesoría Jurídica de la Comandancia General de Ceuta –hoy, desde la distancia que proporciona el tiempo transcurrido, la mejor época de mi vida, gracias a los desvelos de mi abuela Carmen-, paseando por una calle Real que ya casi no reconozco hasta llegar a la Plaza de África, convertida en un mar de banderas portadas por un pueblo que ha sabido ser paciente en la espera de la deseada visita regia y demostrar, a quien albergara alguna duda, una inequívoca españolidad, precisamente ahora cuando algunos en la Península se empeñan en posiciones independentistas que sólo demuestran la cortedad de miras de quienes se refugian en un inequívoco espíritu provinciano.
Ceuta no merece silencios cuando se cuestiona su futuro y así lo demostró el lunes un pueblo ruidoso en los vítores a sus Reyes y en la demostración de su indudable españolidad. Deberían tomar nota del ejemplo de los ceutíes aquellos que consideran, inmersos en un grave error, que la mejor política exterior es la que más place al vecino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario