En sus recién aparecidos Diarios, Ronald Reagan comenta tras su primer encuentro con Felipe González en la Casa Blanca -21 de junio de 1983- que el presidente español es un "joven socialista moderado y pragmático, brillante, inteligente y bien parecido". Durante su segundo encuentro, con motivo de la visita de Reagan a Madrid, convinieron en tutearse y llamarse de "Ron y Felipe", continuando hasta el final de sus mandatos una relación cordial y fluida. Conocida es la virtud del ex presidente español de hacerse con igual rapidez amigo del hombre más rico de la tierra que del más pobre, aunque frecuente más al primero pero, pese a los tiempos que corren, en nada debe sorprender una muy especial relación entre un Jefe de Estado americano y un presidente español socialista. Helmut Kohl, otro conservador, en la segunda parte de sus Memorias, califica a su amigo González de "abogado de la causa reunificadora alemana" (nada más y nada menos) y manifiesta la existencia entre los mandatarios de una relación de confianza recíproca y de amistad poco comunes en el ámbito de la política internacional.
Los elogios, además de los que se deben a las cualidades personales, vienen a reconocer también la aplicación de una política exterior seria. Pero es obligado recordar que al mismo tiempo que el presidente español procuraba la entrada de España en la OTAN y se disponía a recibir al máximo mandatario americano, su vicepresidente, para no estrechar la mano del yankee, cruzaba el telón de acero con destino a la Budapest comunista, aunque algunos dicen que su anfitrión fue Ceacescu (el ex vicepresidente Guerra, en su Dejando atrás los vientos, olvida mencionar la visita de Reagan y el lugar de destino de su visita oficial, que hay episodios que más vale no recordar, sobre todo, tras la caída del muro de Berlín, que tuvo su artífice en Reagan).
La izquierda española siempre ha gustado de tener a mano la contradicción, los dos polos opuestos. En política internacional, de un lado, el apoyo a las relaciones transatlánticas y, de otro, el velado soporte a la dictadura sandinista, el gusto por la sierra y el uniforme verde oliva, la eterna contradicción entre posiciones que son antagónicas. Y, en la política nacional, para mantener ese antagonismo, tan rentable electoralmente, hacía falta Bono y por eso le han llamado. Bono dijo hace pocos meses que se iba con los suyos, pero no "a lo suyo", porque él no posee más que la política y no dispone –ni le interesa- del antídoto para contrarrestar ese veneno. Por eso ha aceptado de inmediato una oferta que refuerza a su partido en las próximas elecciones, pero que esconde una alternativa: la plaza de presidente del Congreso de los Diputados o la de líder de la oposición tras las elecciones generales.
sábado, septiembre 08, 2007
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