Asentada en el valle del río Loisach, Garmisch-Partenkirchen es una bellísima localidad alpina bávara rodeada por el imponente decorado de las montañas Alp, Karwendel y el imponente Zugspitze, el pico más alto de Alemania con sus 3.000 metros. Garmisch no tiene el estatus de ciudad; es, conforme a una concesión de origen medieval, mercado (Markt), título que conserva hasta nuestros días y que mantienen con orgullo bávaro sus habitantes. Quizás sea más conocida por una celebración deportiva que tiene lugar cada día de Año Nuevo, los saltos de trampolín, dentro del Torneo de los Cuatro Trampolines, que algunos madrugadores vemos ya como una tradición el primer día del año, justo cuando finaliza el concierto de la Musikverein vienesa.
Garmisch-Partenkirchen fue villa olímpica en 1936, cuando Hitler logró el <
> con Berlín como ciudad en la que habían de celebrarse los Juegos de verano. Las instalaciones olímpicas se mantienen intactas, perfectamente conservadas y cuidadas con esmero, como la propia localidad de Garmisch-Partenkirchen, dos pueblos unidos por la decisión del dictador con motivo de la celebración de los Juegos. Sorprende la belleza de sus casas, decoradas sus fachadas con motivos religiosos; la limpieza de sus calles, el orden y seguridad que se respiran sin necesidad de presencia policial directa. No se aprecia ni una sola pintada en sus edificios, ni siquiera carteles publicitarios fuera de los lugares especialmente señalados para ese menester. Sus monumentos aparecen perfectamente conservados; los bustos y estatuas, con sus cabezas intactas, sin el indeseable acompañamiento grafitero; las pequeñas capillas que hacen de Estaciones de Penitencia en el empinado camino que lleva a la Iglesia barroca-rococó de St. Anton, inmaculadamente blancas, sin que los cuadros o motivos religiosos que se encuentran en su interior corran peligro de ser robados o deteriorados por la mano de gamberros. Las paredes de St. Anton están repletas de recuerdos y fotos, a modo de exvotos, de los cientos de jóvenes de la localidad caídos muy lejos de su tierra durante la II Guerra Mundial; estremece pensar que pocos años antes habían asistido con alegría a los Juegos de la Paz que se celebraron en su localidad.
Nadie se atreve a perturbar la memoria de los caídos, como tampoco el sistema republicano impide que hace pocos días se inaugurara un busto del Rey Luis II con el siguiente lema: "el pueblo de Garmisch-Partenkirchen, a su Rey". Pregunto qué Educación para la Ciudadanía se imparte en los colegios e institutos bávaros para procurar este ejemplar equilibrio, y me dicen que aquí no existe esa asignatura. Que la receta se limita a poner en práctica la esencia de la Democracia: el respeto. Así de fácil, y de difícil.
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