La política es el arte del escapismo y mucho tiene que ver su práctica con la habilidad de la evasión, la continua huida de una realidad inconveniente. En política internacional, los gobiernos suelen izar pabellones de conveniencia, en muchas ocasiones contradictorios con aquellos que ondeaban con anterioridad en su nave. Iraq es uno de los ejemplos que mejor ilustran en la política patria el arte escapista de quienes saben moverse con destreza en el mundo de las contradicciones.
Porque el envío de tropas en Iraq es considerado como acto contrario a lo que algunos denominan "legalidad internacional" cuando les resulta conveniente a sus intereses imputar a terceros la infracción de resoluciones de organismos internacionales. Sin embargo, para mantener esa injusta acusación no se duda en ocultar que resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas (la 1483, principalmente, y también la 1511) dieron carta de naturaleza a la presencia de tropas extranjeras en Iraq. En virtud de dichas resoluciones, las tropas españolas, durante su presencia en territorio iraquí, coadyuvaron a la consecución de los fines establecidos por Naciones Unidas –mejora de la seguridad interna; reestablecimiento de las instituciones; adiestramiento de policía y ejército- en ese cuerpo de normas que también constituye "legalidad internacional", pero que sistemáticamente se oculta por quienes imputan una y otra vez su infracción a quien ya no está en el Gobierno, olvidando que todavía permanecen en territorio iraquí tropas enviadas por otros presidentes de gobiernos que, además, son miembros de la Internacional Socialista.
Pero el acervo de la "legalidad internacional" no alcanza sólo a Iraq, sino también a resoluciones que procuran el proceso de descolonización o la solución negociada de conflictos territoriales. Hubo en su día, a finales de los setenta, un presidente del gobierno que fue al campamento de refugiados de Tinduf a proclamar a los cuatro vientos que acompañaría a ese pueblo "hasta la victoria final", para abandonarlo a su suerte cuando por vez primera subió las escaleras del Palacio de la Moncloa revestido del poder que le dieron las urnas. Ahora, anda, como El Raisuni, por las montañas y playas de la Yebala, sin acordarse de las promesas fundadas en una etérea "legalidad internacional" de la que escapa cuando no le es conveniente. Otro presidente está ahora fijando los nuevos límites de aguas jurisdiccionales, en una actuación en la que aparentemente se mezclan el buenismo con una cierta dósis de torpeza, pero que en la realidad encierra un giro radical en la posición española respecto del Sahara Occidental que se inició en su día con la ratificación de un acuerdo de pesca entre la UE y el Reino de Marruecos.
sábado, septiembre 08, 2007
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