sábado, septiembre 08, 2007

El rencor

En su reciente libro Nixon and Kissinger, Robert Dallek –autor también de una completa biografía de John F. Kennedy- cuenta cómo tras su precipitada salida de la Casa Blanca a causa del affaire Watergate, Richard Nixon fue incapaz de superar un sentimiento de rencor con todo y con todos que proyectó, incluso, sobre los presidentes que le sucedieron en el cargo. Nunca perdonó a Gerald Ford ni tampoco a Ronald Reagan –correligionarios en el Partido Republicano- que prescindieran de los que el propio Nixon consideraba sus valiosos consejos en cuestiones de política exterior. En realidad, todos los presidentes estadounidenses posteriores a Nixon –con la excepción de Clinton- evitaron siempre al apestado Nixon, a quien evitaban invitar hasta a las recepciones de ex presidentes en la Casa Blanca. Nixon –el Presidente que por sus marrullerías pasó a la historia como Tricky Dick (Ricardito el Tramposo)- murió amargado, ahogado en el rencor que le llevó a una incurable depresión dominada por las sombras del Watergate y del impeachment.
En política, el rencor es la enfermedad del político inactivo, retirado, si es que algún político es capaz de asumir esa posición jubilar; a la vista está que a muchos, desde su tremenda soberbia, les debe costar gran esfuerzo. Cuando se está en activo, la patología del político no es tanto el rencor como, directamente, el odio al enemigo, o al adversario, que aquí no procede la diferencia advertida por Churchill. Bettino Craxi (Il Tedesco) murió en su exilio tunecino aquejado de la misma enfermedad que Nixon, perseguido por la justicia italiana, en una patológica animadversión contra quienes consideró culpables de su triste destino como fuori legge, tras ser condenado por corrupción a consecuencia del fenómeno judicial denominado Mani Puliti, que destapó el caso Tangentopolis, nombre con el que se conoció a la ciudad de Milán en una época convulsa por la situación de corrupción política y administrativa.
Leo unas recientes declaraciones de Felipe González en las que el ex Presidente vierte dosis de evidente rencor sobre quien le sucedió en el cargo, la derecha y la Iglesia. De ésta llega a decir que su comportamiento en España es preconciliar, tachando la posición de "regresión integrista"; de sus adversarios políticos afirma que son irresponsables, desmesurados y en proceso de "regresión radical". Durísimas críticas que ponen de manifiesto intolerancia, permanente acidez tras la pérdida de poder. El rencor es, precisamente, patología y a la vez síntoma de la falta del deseable equilibrio, el necesario alejamiento de la vida política diaria, con los que deben dar ejemplo quienes aspiran, desde un innegable talento, a esa condición de hombres de Estado que, a veces, algunos se atribuyen con tanta rapidez como impostura.

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