Albert Speer ha presentado a las autoridades chinas un proyecto urbanístico para la ciudad de Pekín que recuerda, y mucho, a la Gran Germania, ese megalómano proyecto que ideó su padre junto a Adolf Hitler para Berlín. Las maquetas que acompañan la crónica de Aritz Parra, aparecida en EL MUNDO del día de ayer, reflejan la enorme similitud entre los dos proyectos, a pesar de la diferencia de más de sesenta años. Los delirantes planes del tirano parece que encuentran hoy acomodo en Pekín y su intérprete es ahora el hijo de quien llegó a afirmar en el Proceso de Nüremberg que si Hitler hubiese querido tener un amigo, lo habría elegido a él.
El simple cotejo de los planes urbanísticos lleva, según Parra, a la sospecha de plagio. Es verdad, y para mayores coincidencias también aquí hay una Olimpiada de por medio. La maqueta de Pekín recuerda a la avenida Unter den Linden, cruzada sólo por un arco del triunfo que evoca a la Puerta de Brandenburgo y finaliza en la imponente cúpula de la nueva estación de tren que guarda un asombroso parecido con el nuevo Reichstag que Hitler y Speer proyectaron en el despacho de la Pariser Platz, justo al lado del Hotel Adlon, a espaldas de la Cancillería construida también por Speer al gusto del propietario de la obra. A ambos lado del ancho boulevard pekinés se advierten enormes espacios libres, abiertos, que recuerdan proyectos de Speer. Uno de esos espacios es la Plaza de Tiananmen, que guarda indudable similitud con el estadio de Nüremberg, aquél en el que se celebraban los más importantes aquelarres nazis inmortalizados por la Riefenstahl.
Cuenta Aritz Parra que el autor del proyecto urbanístico para Pekin es un destacado y prestigioso urbanista alemán "a pesar del estigma familiar". Albert Speer, el sunny boy de Adolf – que así lo llamaba el envidioso Goering- fue el arquitecto del régimen nazi, un juguete en manos de Hitler sobre el que éste proyectaba su frustrada vocación de arquitecto en los largos paseos por el Obersalzberg, donde, ironías de la vida, hoy sólo quedan en pie la casa y el atelier de Speer. La muerte de Todt, iniciada ya la contienda, llevó a Hitler a nombrarle ministro de Armamento, y fue desde en ese puesto donde Speer demostró su indudable habilidad organizativa. Durante el proceso de Nüremberg, Speer pasó a ser sunny boy, pero esta vez de americanos e ingleses, obnubilados por la natural habilidad e inteligencia del personaje. Su alegato final durante el Proceso, con sincero arrepentimiento incluido, es una pieza forense que haría palidecer al mejor abogado y, sin duda, le libró de una muerte segura.
Ninguna culpa tiene el hijo de que coincidan los gustos de los clientes. La historia se repite; esperemos que en esta ocasión se limite la repetición a los proyectos urbanísticos.
sábado, septiembre 08, 2007
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