En la sección de obituarios de EL MUNDO de ayer aparecía la noticia del suicidio del ministro japonés de Agricultura, Toshikatsu Matsuoka, involucrado, al parecer, en un escándalo de corrupción que afectaba al Partido Liberal Democrático de Japón. Se afirmaba en la crónica que el ministro puso fin a su vida justo ante de comparecer ante el Parlamento donde debía dar cuenta de determinadas donaciones por importe de 80.000€, recibidas de constructoras que resultaron adjudicatarias de concursos públicos. Mi amigo Álvaro me comentó al conocer la noticia del ahorcamiento del ministro japonés que si los políticos se aplicaran aquí los mismos principios éticos que en Japón faltaría cuerda.
El conocimiento de los resultados electorales de las municipales y la reelección en el cargo de determinados personajes envueltos en turbios escándalos me lleva a la conclusión de que en la todavía joven democracia española se echa en falta la madurez y exigencia de rigor que otros países de nuestro entorno europeo aplican a sus políticos. Las promesas electorales sistemáticamente incumplidas durante el período de gobierno; la administración desordenada de los bienes públicos con casos de "convolutos" o de facturas no justificadas, la transgresión de la ley –ya sea la urbanística, la contable o cualquier otra- el incumplimiento, en suma, de los deberes que se imponen a los regidores públicos, serían causa más que suficiente para que en esas democracias consolidadas quien recibió el apoyo pero no cumplió durante el mandato quedara definitivamente apartado de la vida política. Un buen amigo alemán, que me prodiga sus llamadas durante el período electoral para que le cuente anécdotas de la campaña, no sale de su asombro cuando le relato los sorteos de viviendas o de dormitorios de caoba entre los asistentes a los mítines. Ésos, me asegura, no durarían en la política alemana ni un cuarto de hora, como tampoco están allí acostumbrados al insulto entre candidatos o a ásperas campañas electorales en las que no se debatan soluciones a los problemas.
Pero aquí no; aquí, en determinados casos, parece que no hay mejor campaña electoral para asegurar mayorías absolutas que una sentencia firme condenatoria de quien presenta su candidatura; que una inhabilitación para el ejercicio de cargo público seguido de un más que bondadoso –y vergonzante- indulto que viene a proclamar la impunidad de la conducta delictiva, o una bronca con la Benemérita a cuenta de un control de alcoholemia con sanción administrativa incluida. En muchos casos nada parece llamar la atención de unos electores que elección tras elección manifiestan su preferencia por el mismo candidato o los mismos colores, como el hincha muestra invariablemente su predilección por su equipo de fútbol.
sábado, septiembre 08, 2007
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