sábado, noviembre 22, 2008

El premio

Nuestro cicerone y traductor, Oleg Kirilenko, nos conduce por interminables pasillos adornados con espejos y lámparas típicas en la arquitectura imperial austrohúngara, importada a algunos países del Este por monarcas germanófilos a finales del siglo XIX y tributaria de un barroco tardío (¿Rumpelmayer?) en el que predomina el gusto por el pan de oro. El largo camino termina en un enorme patio, de frondosa vegetación, abarrotado de personas que departen ruidosamente en numerosos corrillos. Se trata de un grupo de empresarios de la ciudad reunidos con motivo del otorgamiento de un premio empresarial que, con periodicidad anual, otorga una importante institución privada. Este año, según nos comunica nuestro guía, el premio otorgado por los empresarios privados de la localidad ha recaído en una empresa pública dedicada al sector de las nuevas tecnologías.

La sorpresa que nos causa la noticia fuerza a Kirilenko a darnos una explicación. Se trata, nos dice, de una reminiscencia de la política económica intervencionista y centralizada, tan propia del régimen de Popov, que ahora, con Chapov, se ha suavizado, bien es cierto, aunque persiste ese gusto tan propio de regímenes tutelares de participar (rectius, intervenir) desde instancias públicas de forma, a veces, tan descarada en el mercado. Entiende nuestro guía que en una economía de mercado pura no tienen cabida sociedades públicas que compitan –siempre en régimen desigual- con empresas privadas en sectores distintos de los que se encargan de los servicios públicos, sobre todo cuando la empresa pública, a menudo deficitaria, ve resueltos sus problemas económicos con las ayudas que, generosamente, pero con cargo a los recursos generales, recibe de sus socio (público) único. Compiten en el mercado, pues, con empresas privadas desde una posición de privilegio, en condiciones desiguales y, en muchas ocasiones, vulnerando claramente la normativa europea en materia de ayudas públicas. Y encima reciben un premio de los sufridos competidores (cornuti e contenti).

Nuestra sorpresa crece cuando Kirilenko nos dice que la mayoría de los empresarios privados miembros del jurado afirma su condición liberal. Nada puede repugnar más a un liberal, le decimos, que el Estado participe de cualquier forma en el mercado; laissez faire, laissez passer, según el conocido axioma liberal que considera non grata la mera presencia del Estado en la economía. Justo en el momento en que se nos acerca a Isidoro y a mi una bella eslava con piernas de vértigo, el ruidoso balido de un rebaño de ovejas rompe mi siesta rondeña. Todo había sido un sueño. Mientras me incorporo (el balido se hace cada vez más ensordecedor) pienso en la dicha que tenemos aquí donde no pasan esas cosas. Espero que Isidoro haya regresado del sueño sano y salvo.

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