sábado, noviembre 22, 2008

La gira




El candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Barack Obama, ha paseado su buena estrella por algunas capitales europeas para intentar demostrar su dominio de la escena internacional. No es costumbre en la política americana que un candidato a la presidencia realice el despliegue que ha efectuado Obama tanto en Europa como en diversos puntos calientes (Israel, Palestina, Afganistán). Las relaciones internacionales preocupan en los EEUU a quienes ya han sido elegidos presidentes, pero no a los presidenciables que, al menos hasta ahora, se han refugiado en intensas campañas internas, domésticas, pues al fin y al cabo es allí donde se vota. Ahora, a la vista está que la política internacional es asignatura que el candidato debe aprobar si quiere pasar con éxito la reválida de las elecciones.

En su reciente periplo europeo el hábil Obama ha seguido sacándole jugo a su muy estudiado estilismo kennediano. El candidato imita a JFK convencido de la enorme rentabilidad política que todavía encierra el legendario presidente de vida y obra inacabada. Obama ha adoptado ese aire lánguido tan propio de Kennedy, sus lentos movimientos, el lenguaje de las manos, la sonrisa. Tan estudiado es el parecido que ha contagiado a su mujer, que ahora aparece por obra y arte de los temidos asesores de imagen convertida en una segunda Jackie, vestida con trajes de Givenchy de principios de los sesenta y los mismos collares de perlas de la antigua primera dama.

En su viaje a Europa a Obama sólo le ha faltado entrevistarse con algún nieto de Jrushev en el Hotel Imperial de Viena para que el parecido con la giras de JFK de 1961 y 1963 fuera completo. En París no le recibió el plúmbeo De Gaulle –a quien JFK veneraba y toleraba consejos no siempre políticamente correctos- sino un sonriente Sarkozy que parecía estar pasándoselo estupendamente a costa del inexperto candidato. Apoteósico fue el recibimiento a Obama en Berlin, con más de doscientas mil asistentes a su discurso en la Columna de la Victoria de la capital de Alemania. No lo recibieron ni Adenauer ni Willy Brand, pero sí una entusiasta Angela Merkel a quien no parece desgradarle un demócrata en la presidencia de los EEUU. Su discurso no fue ni mucho menos el de Kennedy (haría bien en cambiar de "fantasma" -como se denomina en el argot político a los speech writer de la Casa Blanca; White House Ghosts, A. Schlesinger, 2008-), pero dejó una frase para la prensa: "Con un ojo puesto en el futuro, nuestros corazones decididos, recordemos el pasado, contestemos a nuestro destino y rehagamos la Historia". A Kennedy le bastó con el "Ich bin ein Berliner" y Ronald Reagan ofreció su mejor discurso en Bergen-Belsen. Veremos quién le canta el año que viene a Obama el "Happy Birthday, Mr. President".

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