sábado, noviembre 22, 2008

Memoria viva de un Presidente




En la política de nuestros días, la distancia más corta entre dos puntos es casi siempre un túnel. De ese túnel salen hoy destacados mílites sobrantes con destino a embajadas o lucrativas empresas privadas. Los presidentes se han dotado ya de sus privilegiados estatutos para cuando dejen de serlo y los diputados de a pié no podrán tampoco quejarse del trato que recibirán cuando ya no se sienten en sus parlamentos. Pero antes éso no era así.

Contaba Leopoldo Calvo Sotelo que tras ser desalojado de La Moncloa y de la política activa en 1982 quiso volver a su puesto de siempre en el grupo Hispano Urquijo. Lo recibió por la puerta de atrás quien entonces ocupaba el cargo de presidente tras la muerte de Lladó, Usera, y la conversación, descrita con fino sentido del humor por Calvo Sotelo en sus Pláticas de Familia, duró muy poco. El ex presidente pidió al banquero un despacho, una secretaria, una ocupación. Usera le despachó con el consejo de que pidiera la prejubilación en Unión Española de Explosivos. A la vista de la respuesta, Calvo Sotelo le tendió al presidente, con habilidad, una curiosa celada:

"Todos los días se aprende algo",le comentó, "y hoy he aprendido el sentido de una frase vulgar, que he oído y tal vez he dicho muchas veces, pero sin penetrar hasta hoy su largo alcance".
"¿Y qué frase es ésa?", le preguntó el banquero.
"Lo dejaron en la puta calle", respondió Calvo Sotelo caminando hacia la puerta.
"¿Adónde vas?", le inquirió Usera.
"A la calle ésa".

Y se fue a la calle. Cuenta Calvo Sotelo en el imprescindible Memoria viva de la Transición que, frustrada la reincorporación en el Hispano, puso un pequeño despacho en el centro de Madrid. Allí, a los pocos días de su salida de La Moncloa, pudo comprobar cómo ya nadie se acordaba de él; el síntoma externo más evidente de la soledad del político derrotado. Los primeros días sólo recibía la llamada de Pío Cabanillas ("estoy esperando a que ganen los míos para saber quiénes son", frase por cierto poco apropiada para el próximo congreso popular) . Pasada la primera semana, decía Calvo Sotelo, "ya no me llamaba ni Pío" .

Se ha ido el presidente del Gobierno más british. Pasó por la política de los tiempos más complejos con prudencia, honradez, sabiduría y respeto, virtudes que no se prodigan precisamente en la generación que actualmente transita por el túnel de la vida pública. Hoy, cuando la política se ha convertido en una profesión para la que, como dijo Robert L. Stevenson, no se requiere ninguna cualificación, se echan en falta a los Calvo Sotelo, Cavero, García Añoveros, Álvarez, Sahagún, Rosón y a tantos otros que supieron renunciar a tantas comodidades para navegar, en una época de incertidumbre, por el "ruidoso mar de la libertad".

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