sábado, noviembre 22, 2008

Guerra Fría



Decían que los Juegos Olímpicos eran también un momento para la paz mundial; que marcaba en los conflictos bélicos un momento para la tregua, para un alto el fuego que sirviera también de acicate para la distensión. En el caso del conflicto del Cáucaso, Rusia ha querido utilizar el desarrollo de los Juegos como efecto amortiguador del eco de una guerra buscada de propósito para intentar contrarrestar el empuje occidental en esa importante zona.
Como escribió Gustavo de Arístegui en la edición de EL MUNDO de ayer –con su acostumbrada clarividencia para la política internacional-, resulta asombroso advertir cómo se hace el silencio entre la progresía mundial cuando la agresión la perpetra uno de los que aquélla considera ideológicamente cercano. No hay manifestaciones ni se menciona a Naciones Unidas como intérprete de la legalidad internacional, pues se es consciente de que el contendiente más poderoso tiene la llave que otorga el derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Mientras tanto, el invasor quiere disfrazar su "Anschluss" alegando la defensa de las minorías desprotegidas, una coartada ridícula que recuerda a la utilizada por los nazis para desencadenar la II Guerra Mundial (¿o no utilizó Hitler la excusa de la protección de la minoría alemana en Polonia para invadirla?).
Esta crisis del Cáucaso no es la de los trece días de Kennedy y de Jruschov, pero sí puede derivar en una reedición de la Guerra Fría. Rusia ha recuperado tras el desmembramiento de la URSS la calma económica y la posición política necesarias para volver a recomponer su imperio. Georgia es para los rusos una región rebelde por su claro posicionamiento occidental. Desaparecido por la voluntad popular el gobierno títere de Scheverdnaze y aupado al poder un joven abogado graduado por la Universidad de Columbia y doctorado en leyes por la George Washington, Rusia perdió influencia en la zona. El principal éxito político de Saakashvili –quizás su tumba- fue la visita de George Bush en 2005 a Tiflis, que Rusia supo contabilizar en el debe de las complejas relaciones bilaterales con el vecino para pasar ahora factura.
Rusia no puede tolerar que una república caucasiana, carne de su carne, pida a gritos el ingreso en la OTAN y tremole la bandera de la Unión Europea a la primera ocasión, contagiada por el éxito de otros territorios que en su día fueron satélites soviéticos o formaron parte de la URSS. Pero el territorio de una república independiente, pro-occidental, europeísta y atlantista no puede servir como suministrador de petróleo paralelo a Rusia; el abastecimiento de oro negro por Georgia a la Europa occidental rompe el monopolio ruso en el suministro, y el Kremlin no está dispuesto a que se juegue con una de sus principales armas para influir en la política occidental.

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