sábado, noviembre 22, 2008

Laicismo y libertad religiosa




La vicepresidenta del Gobierno anunció la semana pasada la intención del Ejecutivo de proceder a la revisión de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa, de 5 de julio de 1980. De su intervención en la rueda de prensa en la que anunció la voluntad de modificar un texto legal no se desprenden ni las razones ni los contornos de la proyectada modificación de una norma que no ha planteado nunca problemas en su aplicación práctica, sin que exista tampoco una demanda popular que justifique el cambio legal (podría haberse acometido, de una vez, la regulación del derecho de huelga, materia huérfana de ley pese al expreso mandato constitucional; pero no, se ha preferido, reitero que por razones ignotas –aunque por inconfesadas, aún más temidas- la derogación de una ley que funciona por otra que no deja de ser una incógnita).

Y si la ley funciona, ¿por qué se cambia? Según se dice, para garantizar todavía más el derecho fundamental a la libertad religiosa, pero introduciendo en el discurso el continuo recurso a un término inquietante: el de "laicidad". El Estado, (o el partido, porque para los dogmáticos el Estado no es más que una proyección de aquél) en sus relaciones con la Iglesia, afirman algunos, debe pasar de la constitucional aconfesionalidad a la laicidad, aunque por actitudes dominantes no exentas de beligerancia temo que llamen laicidad a lo que realmente es laicismo. El momento elegido para el anuncio de esta peligrosa mudanza legal no deja de ser propicio: la Iglesia anda haciéndose cruces con las declaraciones fiscales; el partido de la oposición pulula por el limbo, camino de un purgatorio que se presume largo, y el mal momento económico requiere maniobras de distracción.

Una cosa es la laicidad que afirme y respete la legítima autonomía de las realidades terrenas, y otra, muy distinta, es la laicidad que se confunde con la exclusión de la religión de la sociedad, confinándola al ámbito de la conciencia individual. En su discurso a los juristas católicos italianos, Benedicto XVI traza la diferencia entre la "sana laicidad" y aquella que postula, intolerante, un laicismo basado en la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión. Un ejemplo recurrente de esa expresión de laicismo: " El derecho de educación ha de estar en manos del Estado y no en las de la Iglesia o de los padres". En efecto, se trata de un postulado nacional-socialista recogido en el Mein Kampf por su conocido autor. El cardenal Pacelli se opuso también a este ´dogma` totalitario desde la nunciatura de Berlín, primero, y como Pio XII, después, con la encíclica Mit brennender Sorge. Por cierto, que el laicismo también se manifiesta en querer quitarle a Pío XII la calle que se le tiene dedicada en mi ciudad.

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