sábado, noviembre 22, 2008

Imperialismo


La caída de la Unión Soviética fue definida por Vladimir Putin como "la mayor tragedia del Siglo XX; una catástrofe geopolítica de consecuencias impredecibles". En sus palabras, pronunciadas cuando accedió a la presidencia del Federación Rusa, latía la nostalgia por un poder imperial arruinado: la Unión Soviética, destrozada tras décadas de miseria política, económica y moral, podía perder esa posición de primacía mundial que le llevó en su día a liderar uno de los dos bloques en los que se dividía el tablero de la política internacional. Y la URSS ejerció ese liderato con puño de hierro, sin dar oportunidad a peligrosas aventuras de sus satélites con las que se pretendía mostrar el denominado <>.
Habrán pasado cuarenta años después de que los tanques soviéticos desfilaran por Praga para destrozar los sueños de su primavera política, pero en el fondo poco ha cambiado en el comportamiento de una superpotencia que se ha levantado tras años de obligada hibernación. Es más; estamos hoy más cerca de aquellos sucesos de Praga que hace diez años. La falta de respeto por la soberanía de los países vecinos sigue siendo la misma. A la doctrina Breznev –expuesta en su discurso dirigido a los camaradas del Partido Comunista polaco en noviembre de 1968 para justificar la agresión- le sigue ahora la doctrina Putin –poco duró el interludio de la doctrina Sinatra acuñada por Gorbachov y Sheverdnaze-, que postula los mismos principios que los que pretendieron justificar en su día la intervención en Checoslovaquia. En suma, la Unión Soviética (hoy, la Federación Rusa) tiene el pleno derecho a intervenir en países que considera están bajo su órbita para defender los intereses propios y también los ajenos. Así lo ha demostrado ahora en el conflicto del Cáucaso: las garras de superpotencia mundial continúan afiladas en su política internacional.
De la misma manera que Breznev –ni tampoco los Ulbricht y otras marionetas del Pacto de Varsovia- no podían tolerar a Dubcek una apertura política en Checoslovaquia que hubiera adelantado en veinte años la caída de un régimen político tiránico, Putin jamás admitirá que las potencias occidentales conviertan Georgia en su particular ´santuario` capitalista y atlantista, ni aceptará tampoco perder el monopolio del suministro de petróleo a Europa occidental (es sintomático que el único político europeo que ha defendido la invasión de Georgia haya sido Schroeder; pero, claro, el ex canciller es consejero de North Stream, una filial de Gazprom).
Otros han puesto ya sus barbas a remojar. En Ucrania, la primer ministro Julia Timoshenko se ha separado (más) del Presidente Jushchenko y de sus aspiraciones atlantistas-europeistas para alinearse con el vecino ruso. La "revolución naranja" se torna más roja.

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