domingo, noviembre 23, 2008

Kosovo



Una de esas pocas ocasiones en las que se ha producido –rara avis- acuerdo en materia de política exterior entre Gobierno y oposición ha sido en el no reconocimiento del recién creado Estado kosovar. La declaración de independencia efectuada por la Asamblea de Kosovo, un acto unilateral sin autorización previa por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero promovido por su enviado especial, el premiado Athisaari, ha constituido un grave error de la política exterior europea provocado, sin duda, por la precipitación de unos intereses americanos siempre dispuestos a procurarle a Rusia una nueva afrenta, esta vez, por la vía indirecta del menosprecio a su tradicional aliada (paneslavismo, religión ortodoxa) en la zona, Serbia.
Cimentado sobre unos pilares manifiestamente contrarios al orden y Derecho internacional, la Asamblea kosovar trató de calmar a la opinión pública declarando que con la independencia y correlativa soberanía sobre su territorio el mapa de Europa quedaba ya cerrado. Nada más lejos de la realidad: la independencia kosovar, una secesión ilegal en toda regla, contraría el Derecho internacional y, concretamente, infringe la letra de la Resolución 1244(1999), del Consejo de Seguridad, cuyos límites sobrepasa de manera intolerable, pues la resolución no iba más allá de la instauración de un régimen autonómico que no violentara la soberanía e integridad territorial de la República Federativa de Yugoeslavia.
Pero, como todo acto unilateral adoptado en el marco de la política internacional, éste tampoco quedó huérfano de respuesta. A los pocos meses de perpetrada la afrenta, Rusia devolvía el golpe en Georgia; humilló al mejor aliado americano en el Cáucaso y le constituyó dos repúblicas "independientes" con la misma falta de fundamento jurídico que acompañó el proceso de independencia kosovar. Medvedev aplicó así en Abjasia y Osetia del Sur, por la vía de los hechos, la misma doctrina europea que procuró la artificial declaración de independencia kosovar, pero que no quiere reconocer ni aplicar, por ejemplo, a Chechenia. En política internacional, donde las dan las toman; Rusia se ha cobrado en Georgia la pieza perdida en Kosovo. Se trata de recolocar las piezas en el tablero.
Que España haya visto con recelo –cuando no con espanto- la ilegal secesión de Kosovo y el alocado reconocimiento que le han dispensado la gran mayoría de los estados miembros de la UE, es cuestión absolutamente lógica si se atiende a las tensiones que se viven en partes de su territorio. ¿Quién puede asegurar ahora que no se aplicará aquí la artificial doctrina kosovar? Resulta estremecedor que el capricho y la precipitación de algunos pueda violentar el Derecho internacional y recibir, además, el beneplácito de la mayoría.

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