domingo, noviembre 23, 2008

La desbandada




Primero se habló de una Europa a dos velocidades, la más acelerada de las regiones del Norte y la menos dinámica de las naciones del Sur, ésas que en su día conformaron la más que etérea Alianza del Sol, una comunidad imposible de estados miembros cuyo principal finalidad era la de hacerse con la tarta de las subvenciones comunitarias. La Europa de la deux vitesse se ha vuelto a manifestar ahora en la reunión de los cuatro países europeos miembros del G-8 convocados por Sarcozy para poner de manifiesto que ni el reducido círculo de los más poderosos es capaz de adoptar una posición común en tiempos de crísis económica. España no fue invitada. Todavía resuena en las cancillerías europeas el eco de las declaraciones que el presidente del Gobierno español realizó al Corriere de la Sera hace ahora dos años: "No pediremos entrar en el G-8. Miraremos más allá". La realidad de los hechos confirma que nos hemos quedado en el "más acá".

De la efímera Europa de las dos velocidades se ha pasado a la desbandada general. En época de crísis financiera nadie conoce a nadie. El lema de la UE, -unidos en la diversidad-, no se tiene ya en pie a la vista de la reacción heterogéna de los países miembros cuando aprieta el zapato de las quiebras financieras. Esa Europa que proclamaba con orgullo la necesaria acción común en todas las políticas mediante la más que conveniente unificación o armonización de las legislaciones de los estados miembros, se encuentra ahora desbordada por acciones individuales de sus gobiernos que cuando no son contradictorias introducen –como en la elevación de la garantía mínima común de los depósitos bancarios- una curiosa puja al alza que rompe la deseada unidad de acción en una política comunitaria que se dijo era común. Otra muestra adicional de la advertida inoperancia de la hipertrofiada UE.

Y qué decir de la decidida intervención de los gobiernos de algunos Estados europeos en defensa de sus entidades bancarias en quiebra. ¿No estamos ante ayudas públicas incompatibles con el mercado común cuando desde instancias públicas se inyectan fondos en sociedades bancarias deficitarias para evitar, precisamente, su hundimiento? ¿No se está corrompiendo el libre mercado y la imprescindible competencia con actuaciones discriminatorias que sólo pretenden mantener artificialmente en vida a entidades que han sido incapaces de superar las condiciones cambiantes del mercado? Las medidas intervencionistas sólo ponen de manifiesto la frágil salud de nuestro sistema financiero y nunca pueden constituir una solución en sí mismas. Será necesario que el sector financiero inicie un proceso de reestructuración que tenga un efecto purgante, porque las medidas intervencionistas sólo procurarán una artificial extensión de la crísis.

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